Gerald Rodríguez Noriega
Coro:
¡Oh peregrino!, no pares tu danza y tu andar adormecido
ya que no hay planeta manso donde puedas descansar.
Aún son tibias las cenizas de todos los caminos,
la sombra de tu paso no se cansa de ser interminable.
¡Vamos!, ¡cántanos oh varón! la forma que tiene
la muerte de estos suspiros enterrados,
el delirio del vacío prendado a los cielos extasiados.
Vamos, sigue cantando con tu deshonrosa lengua apestada
lo que los espíritus llaman eterno canto de la muerte.
Peregrino:
Los muertos van creciendo por todo los caminos,
¡oh muerte perenne!
Van floreciendo como nubes oscuras,
no me huele extraño sus perfumes.
Crecen flores de sangre,
espigas de huesos,
espinas de almas silvestres.
Esto no es la eternidad magnética,
los aleluyas se han ocultado,
nada es diferente.
La muerte, un espectáculo pasajero de fiesta,
una asta quebrada en los ojos de la noche.
Los niños esqueletos,
durmiendo como soldados sin lucha,
blanca ternura veo despojarse de sus rostros.
Fugitiva es la vida para quienes quisieron nacer,
fugitivo es el corazón cobarde
que nos quita las frutas del corazón.
Ahora las lilas y las estrellas de flores
crecen oscuras en sus labios.
Desde lo alto veo a la misma muerte crecer
una vez más como un niño enjaulado,
como un canto carísimo de dolor,
como un pájaro enlazado a los perfumes
de la sombras siniestras.
Hemos ganado todo lo que hemos perdido.
¡Suenen, malditas campanas del mundo,
si es que aún quedan sanos sus sonidos
de mortal belleza!
Helados sonidos diciendo
que la muerte ha vencido.
Bienaventurado el mundo que murió sin la muerte,
pues polvo es el polvo que ha de entregarse
como un animal tiernísimo en voz baja.
Oh cantos de todos los mundos,
azul torbellino, tan alto como las alas del cielo,
junto al jardín del viento te secaste,
mi canto ahora te destruye en cristales.
Voy por el agua de la noche,
en silencio persigo a solas
la gloria de los caídos
tirados sobre la luz sucia.
La música encerrada en el abismo,
suelta sin aliento
pequeñas crías del sueño,
al amor, palabra borrada del cielo.
El jardín de los muertos sí existe,
las garras de plomo y acero se retiraron de la tierra,
dejó abierta la herida ardiente de las venas terrenales.
Y contemplo el mundo con su cola cortada,
comiéndose sus ruinas,
más flaco, más callado como nunca por hoy.
Y el dolor, ese monstruo distraído
y caliente, dormido en su sombra,
que hizo del amor una saliva sucia en la boca
destrozado por su lengua,
llamea hasta ahora
para lo que estuvo por venir del pasado:
el fin dado por la locura.
El corazón no tiene memoria,
El amor, como haya sido en los corazones,
era una infección de bala, o de garfio,
infección de manzana o de nube.
El amor lo era todo infectando todo,
rellenó los ataúdes.
Por amor, las bombas en cajas de zapatos.
No hay cuerpo para los espíritus del mundo.
El amor no lo pudo todo.
El sol sangra vitriolo viviente,
empapa su lengua derretida de fuego.
Y sigo parado sobre la asfixia estrangulada
de una montaña que fue bosque,
congelando los laberintos de la muerte,
deshilachando la nada.
Partiendo la atmosfera para alimentar
a las criaturas sin sentido.
Sigo subiendo y bajando montañas
sin sus magias cosmogónicas.
Sigo siendo el único testigo de este gran crimen.
Sigo siendo el único juez,
los deshechos persistentes
de una especie reptiloide y secreta.
Es necesario que me penetre
en el veneno de mi alma.
Incontable membrana de música que se multiplica
y me condena a cada paso,
es justo y necesario que nunca cambie la muerte
por lo más necesario que sea el amor.
Nunca cambiarlo, ya que el mundo para el hombre
siempre le será eternamente innecesario.