Era un pueblo, que se pintaba como ciudad e incluso algunos pomposa y huachafamente llamaban Isla bonita. Estaba a orilla del río más caudaloso del mundo pero este se alejó avergonzado y le dejo su viejo cauce a otro al que los aldeanos le volvieron su gran desagüe y botadero. Pero también para navegarlo y hasta para bañarse y alimentarse.
Así era esta comarca con sus pinceladas de débiles verdes por sus calles y ornamentos hermosos pero descuidados de su pasado, de una época dorada levantada sobre sangre.
Muchos se sienten insultados cuando le llaman aldea. Eso es bajar de categoría y la capital del oriente peruano es una metrópoli, pues.
Aquí se permite todo en nombre de la democracia, justicia y libertad, por eso a nadie extrañaba ni se inmutaba por la presencia de, disque, periodistas, que no solo denigran a la noble profesión sino que la embarran de estiércol.
Hay varios, pero el que se lleva los palmarés de la indignación y la vergüenza es un tipo de aquellos, grueso y ordinario como él solo. Infame y cobarde como ninguno.
El desde finales de los 90 sobrevive gracias a su capacidad de mutarse, de transformarse, de cambiar de color según la ocasión. En él se aplica perfectamente aquello de: «con la plata baila el mono y hasta el puerco».
Hace tan solo un par de meses lamía los pies de los que hoy agarra de trapeador. Es implacable con sus expatrones. No debe de sorprender a nadie porque él no tiene bandera. Lo mismo que ahora hace con Adela y Rusbel, hizo con Chávez Sibina, Robinson, Iván, y con cuanta autoridad cayó bajo sus patas. Luego de comer de esas ollas, les da una patada en el poto cuando ya aseguró nueva víctima.
Hoy, Pancho esta de turno, el romance es con él próximo alcalde. A quién, estamos seguros, no le valdrá su experiencia como criador de chanchos para salir bien librado de este seboso personaje. Y si Elisbán afloja será otra de sus víctimas.
En conclusión, este indeseable está frente a un micrófono porque hemos tenido y tendremos, autoridades blanditas para el chantaje y extorsión. En otras realidades, por su actuar delictivo, hace ratos estaría tras las rejas en Guayabamba.
Por eso no se trata de mandarle al paredón solo a este innombrable por sus pecados, también la condena va para todos los que a lo largo de este tiempo han financiado su inmunda existencia en medios de comunicación. Autoridades, políticos y empresarios deben ser metidos en el mismo saco.
Esta historia que parece de espanto, lamentablemente se seguirá repitiendo mientras la difamación de basural, los halagos empalagosos y la desinformación cómplice sean los mejores platos del banquete de aquellos que tienen el poder goloso y angurriento.
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