Crónica de Buenos Aires
Por esas casualidades de la vida, el fin de semana fui invitado al espectacular Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI), evento de dimensiones gigantescas que durante más de 10 días presenta más de 400 estrenos de los más diversos géneros. Presentamos el proyecto El Agua Inmóvil, dirigido por el cineasta peruano Fernando Vilchez, a ser coproducido por Audiovisual Films, inspirada en los hechos que desencadenaron el trágico Baguazo de junio del 2009.
Pero, como la historia nunca se detiene, el lunes, mientras tratábamos de tranquilizar la euforia cinéfila, fui testigo de uno de los más importantes hechos que han marcado – y marcarán, de seguro – la reciente historia argentina: el proyecto de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para expropiar el 51% de las acciones de la compañía YPF, la más grande empresa de dicho país, manejadas en la actualidad por un consorcio que domina el grupo español Repsol.
La sede principal del BAFICI, ubicada en el Centro Comercial Abasto, literalmente se paralizó para escuchar a Cristina, hablar ante una reunión de enardecidos partidarios, en su mayoría funcionarios de gobierno jóvenes o de mediana edad, agrupados en alrededor del grupo conocido como La Cámpora, en una transmisión en vivo y por cadena nacional de radio y televisión, un acto dramático y teatral que tiene mucho de inspiración y pasión, pero al mismo tiempo de acto de tramoya, de peliculina ideal para mover las emociones más intensas, pero, al parecer, también las más fácilmente manipulables.
La presidenta, inflamada de emoción patriótica, no se refirió a dicho acto como un despojo ni una expropiación, sino como una “decisión soberana” de recuperación y explotación de los hidrocarburos en el territorio argentino. En el evento, Cristina hizo alusión a las pérdidas que estaba generando la YPF, empresa emblemática de la explotación de recursos naturales, el nivel acelerado de importación e, incluso, boicots contra el gobierno. Lo irónico es que hasta no más de medio año, el gobierno se deshacía en elogios para con la empresa ahora satanizada. Uno de los socios estratégicos allí era la familia Eskenazi, con el 25% de acciones, avalado por gobierno. Desde la minoría los Eskenazi en la práctica manejaron la empresa, sin poner un cobre, en una rara operación económica. Demás está decir que la familia Eskenazi era muy amiga de los Kirchner. Por lo visto, en Argentina todavía se hacen muchos negocios con el Estado si le caes bien a los que tienen el poder.
Cristina indicó que no era una patotera, aludiendo a las presuntas versiones que indicaban que desde España se aludía a una “ruptura económica y fraternal”, mientras negaba caer en insultos y ataques. Lo que mencionan los medios de comunicación es que la presidenta había estado muy disgustado en la Cumbre de las Américas, realizada en Cartagena de Indias, no solo por la actitud española, sino también por el poco apoyo a la posición argentina en caso como el de las Malvinas, pilar de fervor nacionalista por estos días. En paredes de las calles bonaerenses se encuentras muchas pintas sobre la argentinidad de las islas, mientras los afiches de grupos como el Comando Evita, piden apoyo para la “compañera Cristina” y reiteran la hora de las lealtades “por lo que se hizo y por lo que falta”.
Ahora, bien el proyecto de expropiación necesita dos tercios del número legal de miembros del Senado para ser aprobado. Se descuenta que el oficialismo tiene los votos suficientes como para ganar esta votación. Sin embargo, hay una durísima pugna desde el frente internacional, que ha visto con muy malos ojos algo que dentro del sentido común figura como un despojo de propiedad privada que, además, contaba en su debido momento con el beneplácito del Estado argentino. Además de España, los Estados Unidos y algunos organismos financieros internacionales han rechazado la expropiación. El bloqueo económico español es una posibilidad concreta. Por el lado contrario, resulta sintomático que el mayor apoyo para Cristina provenga del mandón venezolano Hugo Chávez.
Hace 20 años, cuando YPF fue privatizada, durante el gobierno de Carlos Menem, la joven Cristina Fernández fue una de sus más entusiastas promotoras. La posibilidad de conseguir divisas por la compañía, pudiendo ahogar así el déficit fiscal imperante, fue uno de los motivos que ahora, aunque a la inversa, se decantaron por la nacionalización. Es evidente que la economía argentina no pasa por un buen estado de salud, y eso se nota en la calle, en los precios excesivamente caros para una economía no necesariamente boyante, en que el asistencialismo empieza a generar una suerte de casta antigua, paquidérmica, que le quita al Estado dinero para invertir realmente en condiciones de vida no necesariamente subsidiadas, sino principalmente dignas. Un detalle adicional: no es que el gas volviese necesariamente para los argentinos. Hay que recordar que Néstor Kirchner creó no hace mucho Enarsa, una empresa estatal que en estos tiempos solo ha trabajado a pérdida, viviendo de los salvatajes del presupuesto público. Su presidente, Exequiel Espinosa, integra ahora la intervención en YPF.
De eso, evidentemente, no se hablaba en las afueras de la Casa Rosada el lunes por la tarde, en que cientos de manifestantes peronistas y kirchneristas se reunieron para ofrecer su apoyo incondicional a la medida. En el exterior de la sede de la YPF-Repsol, en la turística zona de Puerto Madero, en cambio, decenas de periodistas se apostaban para tomar las declaraciones de funcionarios sorprendidos con una medida que calificaron de “injusta e ilegal”. Luego del mensaje a la nación de Cristina, se creó una junta interventora que en contadas horas había destituido a los antiguos gerentes y se había sentado en la junta de accionistas, como una suerte de poder de facto. Se dice que el gobierno no tiene intención de negociar con la empresa un precio por la expropiación y se avecinan larguísimos juicios y sentencias, de todo tipo.
Lo raro es que la medida, aunque más o menos esperada, igual generó un impacto bastante serio en la opinión pública. No es que habláramos de un rechazo masivo a la medida (de hecho, existe un amplio porcentaje de los argentinos que aprueba la expropiación), sin embargo me ha sorprendido la presencia de una activa y muy concreta de rechazo a una medida que puede significar hundir aún más a la Argentina dentro de su crisis.
Uno de los inspiradores del proyecto es el viceministro de Economía, Alex Kicillof, probablemente uno de los más mentados en estos días de nacionalización, más incluso que la propia Cristina, fue muy evidente: “la seguridad jurídica y el clima de inversión son palabras horribles”. El principal líder opositor, el alcalde Mauricio Macri, ayer férreo opositor a la decisión de Cristina, indicó después que no torcería la expropiación de YPF en caso de llegar a la presidencia. Una medida como esta, que recrea viejos episodios del pasado peruano (el último, bochornoso, protagonizado por Alan García y su propuesta de nacionalización de la banca, en 1987), como vemos, es también la posibilidad de armar un botín que puede ser aprovechado políticamente. Y en ese caso, como ya vemos, lo tiburones del Estado no se diferencian en nada de los de ciertas compañías transnacionales.