Escribe: Jaime A, Vásquez Valcárcel
Este mes se cumple nueve años de la primera y única edición española de “un cuy entre alemanes” de Walter Lingán, aunque son ya diez de haberse concluido en Colonia, Alemania, este recorrido político, literario, sentimental y semental por diversos lugares, libros y autores universales. Curiosa o contrariamente a la lógica es más fácil adquirir un ejemplar fuera de Perú. El que llegó a mis manos fue gracias a la generosidad del autor.
“¿Recuerdas, Michaela, nuestro primer encuentro? Una falda azul oprimía tu cadera y una blusa blanca se desesperaba ante la rebeldía de tus senos. Esa tarde veraniega te conté que venía de un barrio limeño que surgió de la noche a la mañana” en el inicio del libro te atrapa, me atrapa. No me pregunten por qué.
En esas primeras frases está resumida la obra: Nostalgia, mujeres, sexo, lecturas, líderes, canciones y, sobretodo, migración. Será por esa tácita mención a esos temas que desde que comenzamos la lectura sucumbido a sus pasajes y paisajes. Con el privilegio de caminar con Walter por las calles donde transcurre la novela y lograr la coincidencia de terminarla mientras el tren llegaba desde Berlín a Colonia, ciudad alemana donde habita el animal o, si prefieren, donde habitaba el autor, que en este caso es igual decir. Es un privilegio que pocos lectores tenemos.
No sólo es una novela bien escrita y contextualizada en el espacio/tiempo. Tanto así que el lector a cada instante cree que fue concebida en poco tiempo y escrita a la velocidad que suceden los hechos. Es divertida y, cada cierto tiempo o espacio, es inevitable pensar en los tiempos de la violencia senderista, emerretista y del Estado, también y detenerse en el análisis de la situación política de Perú y el desarraigo que padecen los que tienen que migrar en situaciones económicas y políticas adversas. Se lee y se piensa. Se piensa leyendo. Así se entretiene con “Un cuy entre animales”. Con frases sueltas dichas desde el narrador por el propio cuy y a través de las muchas mujeres que habitan el quehacer del animal literario que, seguramente, por la influencia de Franz Kafka ha sido de obsesionada creación de Lingán. Y así, uno no termina de conocer a Michaela y ya tiene que solidarizarse con la casi novia a quien ya en Europa se la recuerda “aferrada a una baranda metálica en el aeropuerto de Lima”, que gustaba escuchar las canciones de Raúl Vásquez, “el monstruo de la canción” que le cantaba “…por lo que siento en mi pecho/ante tu proximidad”. Este pasaje de las primeras páginas hace presagiar que habrá menciones a escritores amazónicos y la esperanza se diluye porque llega a la página 152 y nunca más aparece referencia alguna a artistas amazónicos. Eso no quita mérito a la obra, de ninguna manera. No se tome como crítica, total “el gusto de los críticos es mi disgusto” está dicho por el cuy/escritor.
No se puede hablar de migración sin detenerse en el sexo. Sea clandestino, formal, recreativo y procreativo. Es más, por la naturaleza del animal y del personaje que sufre esa transformación, la elección zoológica es acertada para encuadrar las circunstancias amorosas de un cuy que llega hasta el pánico al ver su transformación en pleno acto copulativo. Por los años en que transcurre la obra no se puede hablar de migración sin militancia política. Sobretodo en Alemania. En Europa existía una fuerte presencia latinoamericana que ante la diferencia de origen se complementaba con la coincidencia de la persecución que obligaba a cierta dosis de clandestinaje, similar del que hacía gala el roedor andariego. Como, tantas otras veces, el cuy ha sido la elección perfecta para representar al peruano no sólo por su movilidad de migrante sino por su versatilidad sexual que, en algunos pasajes, está fuera de toda lógica.
Es bueno encontrar lecturas que atrapan. Es delicioso conversar con los autores de esos libros. Es maravilloso viajar en trenes con un libro que tiene como eje la migración. Es un privilegio quedar obsesionado con un título que te traslada a tu país mientras piensas en el pasado, presente y futuro de un Perú que crees va al precipicio y te convences que, salvo la literatura, todo es ilusión.
Ya habrá tiempo para escribir sobre el redescubrimiento de un autor en la diáspora que, como Walter Lingán, crea mundos idealizados e ideologizados. Por ahora, cada vez que puedo regreso a las páginas de “Un cuy entre alemanes” porque no sólo es un libro de viajes sino que funciona como guía provocativa para descubrir autores peruanos y darse a la tarea de iniciar otras lecturas aunque, por la cantidad de títulos aludidos, temo que no podré alcanzar la vida para ojearlos. Aunque queda el convencimiento que, como cuy o humano, que a veces es lo mismo, Lingán nos ha entregado parte de su vida y en sus páginas está lo que siente, piensa y desea.
Se percibe una dosis de exageración, como es la vida misma, en esa convocatoria de una de sus viudas para organizar su sepelio. El cuy o humano asevera con una ternura “agradezco de antemano toda clase de obituarios, saludos, homenajes… ruego a quienes deseen hablar o escribir mal de mí que no se abstengan de hacerlo. La maldad de sus intenciones tarde o temprano saldrá a la luz” y abandonará su país postnatal, Alemania, con la duda de no saber si “soy más hombre que cuy o más cuy que hombre” porque los cuyes como algunos hombres no son promiscuos, son monógamos, les gusta la vida familiar y será por eso que la mujer que aparece primero en el libro ante la pregunta ¿Y tú por que escogiste meterte con un hombre-cuy?, responde “me gusta cómo me trata un cuy a la hora del amor, salvajemente animal con una dosis de humanidad”. Total son así los literatos: escriben como animales con un tremendo grado de humanidad. Y Walter es un literato.
Así como los cuyes devoran a sus parejas sexualmente y los escritores devoran a sus personajes literariamente, los lectores de “Un cuy entre alemanes” al final del libro sentimos que hemos sido devorados por los personajes creados por Lingán y que, conociendo algo de su biografía, nos quedamos con la duda si han existido en sus vidas o son producto de la fantasía. Podemos preguntarle, porque es nuestro acompañante ferroviario y estamos próximos a desembarcar en Colonia, pero es mejor dejar esa duda, sin duda.