Somos lo más parecido a una cofradía. Con todo lo bueno y malo que tenga esa acepción en el mundo cristiano y pagano. Desde que en la década del 80 del siglo pasado, cuando el Padre Maurilio Bernardo Paniagua, osa, autorizaba para que los “peloteros” ya egresados nos juntáramos para dar rienda suelta a nuestra piernas, no hemos parado de darle a la pelota. Con vibrantes partidos, con escándalos mediáticos dentro y fuera del colegio. Y, entre otras cosas, hemos sido pioneros en la realización de reencuentros. Y no nos quedamos en el ámbito local, en la ciudad de origen. Ahora resulta que unos egresados han emprendido la realización de similar torneo en Lima. Es decir, como empiezan las grandes acciones, hemos crecido en calidad y cantidad.
Y en este diario, que siempre lo hacemos con una mayoría marcada de exalumnos agustinos, desde hace más de una década organizamos torneos relámpagos reinvindicando la idea primigenia de ser solidarios y que el motivo principal es la confraternidad y el encontrarse para recordar con añoranza el paso por las aulas. Por eso, tómenlo como cábala o reconocimiento al trabajo formativo que recibimos, hemos decidido comenzar las celebraciones por los 25 años de circulación con un reencuentro agustiniano bajo el título de “Copa Padre Maurilio”. Vamos a juntarnos y en ese intento vamos redescubriendo detalles que ratifican nuestro “agustinismo”. Y nos llenamos de emoción individual y colectiva.
Una de ellas experimenté hace unos días cuando contacté con un integrante de la promoción que egresó en 1946 (¿qué sucedía en Iquitos por esos años?) y sus palabras emocionantes de saberse reconocido como exalumno agustino dieron motivo para este artículo. El doctor Golbert Isern –uno de sus hijos pertenece a la promoción 1982- estudió en las aulas del Colegio San Agsutín, hijo de uno de los alcaldes más probos que ha tenido la Municipalidad Provincial de Maynas, Juan Isern Córdova.
No importa el año que egresaste. No importa la edad entre uno y otro exalumno. No importa los conflictos dentro y fuera del aula. Queda en segundo plano los disturbios por las calificaciones competitivas. No importa el chismorreo y las malas costumbres que nunca faltan. No importa nada, exagerando. Somos agustinos y punto.
Y por eso debenos ser institucionales. El reencuentro de exalumnos es mejor con la colaboración oficial del Colegio, nuestra alma mater. Si no es así corremos el peligro de quedarnos sin alma. Y con orgullo exento de pedantería debemos reafirmar que somos únicos. No para excluir, para nada. Sino para que desde la humildad digamos que fuimos los iniciadores de los reencuentros y que nos parece fenomenal que otros colegios hoy lo hagan. Creo que no nos equivocamos cuando decimos que en todo el país no hay algo similar. Es decir, exalumnos que se reúnen en dos ciudades para confraternizar bajo el manto de la solidaridad. Todo ello envuelto en recuerdos que dejan de serlo porque cobran actualidad.