Dos meses atrás, como me sucede cada cierto tiempo, me encontraba demasiado alpinchista. Venderlo todo, dejarlo todo. Empezar de cero. Deshacerme de la creación heroica y echar andar con los míos, es decir Mónica, Daniela y Maurilio y demás familiares. Noches insomnes donde la penumbra se hacía más negra y la cronología llegaba al abismo. Hasta que llegó la media tarde del 26 de julio en el interior del auto seguido de las liebres un recién elegido, juramentado y estrenado Presidente del Congreso me lanza la propuesta a manera de petición conminatoria: “quiero que seas jefe de prensa, si yo he llegado donde ahora estoy por qué no puede manejar otro charapa esa oficina”. Seguro vio mi rostro sorprendido y dubitativo y agregó: “no me respondas, tienes 48 horas para pensarlo”. Ya lo había pensado, en ese instante. Sin consultar a nadie más que a mí mismo. Entre el orgullo topado y la curiosidad del cargo, acompañado de sumergirse en aguas peligrosas, el primer día de agosto ya me encontraba en lo que sería mi hábitat los siguientes doce meses y desde donde vería lo que es el país. Sabía de la miseria humana, de las traiciones más innobles, perdonen la redundancia. Pero ahí lo viví, lo sufrí y lo superé.
Pero todo lindo, agobiante, excluyente, estresante. Pero todo bien. No eterno, para nada. Desobedeciendo la orden del “jefe inmediato superior” viajé a Lima para escuchar la propuesta y –como si todo estaría escrito, como las Sagradas Escrituras- Naty me llevó el terno al aeropuerto para dirigirme sin contratiempos al Palacio Legislativo donde esa mañana se elegía al nuevo Presidente del Congreso.
Una de las primeras ciudades visitadas fue Tacna, después de Moyobamba y Yurimaguas. Y uno que proviene de una zona que “cuida” –descuida es el término exacto- tres fronteras y ha escuchado hasta el hartazgo que “la patria no se vende, la patria se defiende” no tiene otra opción que admitir que nos tienen con los ojos vendados. Si hay una población que transpira fervor patriótico, que hincha el pecho para gritar arriba Perú, que provoque la unidad vecinal en torno a lo que fue la recuperación de la tierra de manos extranjeras tiene el nombre de Tacna. Ciudad heroica, señores, tierra preciosa amigos, que va cantando su peruanidad. Familias enteras se pasean por las calles con arengas amorosas al terruño mientras en los balcones más familias aplauden el paso glamoroso de ancianos y ancianas que cuentan lo que vivieron y lo que trataron de hacer los vecinos. Y yo ahí, absorto, al otro extremo del terruño. Viviendo mi propia peruanidad.
A los pocos días le tocó el turno a Tumbes. Es octubre, fecha de aniversario de la firma del tratado de Paz con Ecuador. Leo que en Iquitos, los mismos falsos patriotas de siempre, preparan una movilización por la dignidad. Marchas del retroceso, eso es lo que hacen desde hace varios años los mercachifles de la politiquería. A pocos metros de la frontera con Ecuador, en la capital tumbesina se aprecia un colegio que resalta la amistad peruano-ecuatoriana y los escolares se preparan para marchar porque son 14 años que no hay conflictos con muertes de ambos lados. La patria se siente diferente, sin duda. Nada de patrioterismos, solo patria. Claro, eso no entenderán los de la tierra, porque creen que pedir limosnas a los empresarios para los piquetes del mal o pintar paredes con frases que ni ellos entienden es la forma de hacer el servicio a la Nación. Se quedarán en el tiempo mientras que la economía seguirá su rumbo junto con estas gentes del norte del país.
Desde el Sur o desde el Norte, ya estaba en el centro del poder político. Y desde ahí la vida tiene otra visión, la profesión otra concepción. Al final todo es percepción.