Por: Moisés Panduro Coral
Una tragedia enluta al fútbol sudamericano. El Chapecoense, un humilde equipo brasileño a punto de alcanzar la gloria, es protagonista de una inesperada tragedia que ha sumido a sus hinchas en el llanto y la desolación, y a quienes somos fanáticos de este deporte, en la consternación. Viajaban a disputar con el Atlético Nacional de Colombia el partido de ida en Medellín por la final de la Copa Sudamericana, cuando el avión que les transportaba se estrelló en una colina cercana al aeropuerto de dicha ciudad.
Es imposible no referir la forma como este club -fundado en 1973 en la ciudad de Chapecó de 200 mil habitantes ubicada en la zona oeste del estado de Santa Catarina (región sur de Brasil)- ha ido construyendo su admirada hoja de vida. Uno lee su historia de 43 años y se da cuenta que no todo ha sido éxito en su existencia institucional y deportiva. Ha tenido sus sombras, sus declives, sus caídas, en la lucha por hacerse de un nombre y prestigiar a su ciudad y a su nación. Ha pasado por crisis económicas, por deudas enormes, por fusiones poco comprendidas, por fracasos e ignominias deportivas.
A pesar de todo, este pequeño club supo superar todas las adversidades. Y fue caminando desde la cuarta división del fútbol, pasando por ascensos y descensos, la conquista de cinco campeonatos del estado de Santa Catarina (1977, 1996, 2007, 2011, 2016) que en el país de Neymar no es poca cosa, hasta llegar en este año a la final de la Copa Sudamericana, el segundo campeonato de fútbol interclubes más revelante en nuestro continente, después de la Copa Libertadores. Estaban, pues, a la puerta de uno de los sueños más anhelados para un equipo de fútbol: lograr un título continental.
He leído las noticias y hay una corriente de solidaridad mundial, similar a la que percibimos cuando ocurrió la tragedia de Alianza Lima el 8 de diciembre de 1987. Las estrellas del Real Madrid han ofrecido una oración por el equipo, antes de su entrenamiento matinal; extraoficialmente se conoce que el PSG francés ha anunciado 40 millones de euros de donación para ayudar a las finanzas del club, y varios clubes brasileños y argentinos –rivales tradicionales- han ofrecido jugadores para que el Chapecoense pueda afrontar sus compromisos en el fútbol local.
Sin embargo, lo mejor que podría ocurrir es algo impensado -e inédito hasta donde yo conozco- en el fútbol mundial: que el Atlético Nacional decida no jugar la final (¿con qué equipo lo haría?) y quedarse con el segundo puesto, y que la FIFA o la CONMEBOL le otorguen al Chapecoense el título de campeón sudamericano que briosamente peleó, como un tributo póstumo al denuedo y al espíritu de superación de sus directivos, hinchas y jugadores.
A mi modo de ver, el Chapecoense deja varias lecciones para el fútbol de Loreto. Una de ellas es de que estamos a tiempo de rescatar a nuestro emblemático CNI, club que otrora brindó grandes satisfacciones a la afición loretana y que según información de la prensa deportiva ha desaparecido del ámbito futbolístico luego de que no pudiera asumir su compromiso de jugar en tercera división. Debemos liberarle de su condición de sociedad anónima para convertirlo en lo que siempre fue: un equipo del pueblo, sostenido por el pueblo, alentado por el pueblo, forjador de identidades y cosechador de alegrías para el pueblo.
En el mismo contexto, debemos apoyar a los nuevos equipos que van surgiendo desde el anonimato, la humildad y la perseverancia. Éste es el caso del club Kola San Martín que, en reciente campaña, llegó hasta los cuartos de final de la Copa Perú, demostrando que con pasión, tesón y pundonor se pueden lograr grandes cosas, como lo hizo este equipo del Chapecoense que hoy se cubrió de gloria.