ESCRIBE: Percy Vílchez Vela
En ejercicio de su conocida vocación simiesca, de su intención de papagayo repetidor, el Perú oficial se sumó a la desvaída celebración del Día Internacional de la Hamburguesa. El gusto gastronómico nacional se torció una vez más para rendir homenaje a un preparado que nada tiene que ver con la reconocida riqueza gastronómica nacional. De esa manera un plato chatarra, un preparado de la comida basura pasó a formar parte del homenaje y celebración, desdeñando verdaderas riquezas que han surgido de las entrañas de la creatividad peruana del Perú de siempre. Toda una variada y rica herencia quedó de lado para gastar en rendir culto a la hamburguesa cuyo valor nutritivo es nulo.
Pero en cualquier parte del mundo la hamburguesa se consume como pan caliente y a nadie parece importarle su nulo valor nutritivo. Se trata de una costumbre adquirida en el consumo de la comida rápida que se desparrama en las calles de cualquier ciudad de la tierra. La aceptación de gran cantidad de gente hace que la hamburguesa tenga su prestigio y su público, su consumo y su venta aunque no contribuya para nada en la buena alimentación. En el Perú habitualmente se consumen 18 mil hamburguesas al mes, lo cual revela una aceptación indudable de ese preparado que solo sirve para paliar el hambre. En general el peruano es un ser mal alimentado. No sabe comer debido a una serie de factores adquiridos, de hechos que le alejan de una buena dieta.
El consumo de hamburguesa revela la ligereza con que muchas personas asumen su alimentación. No hay que olvidar que la comida chatarra es uno de los recursos más notables y socorridos de los países desarrollados. Comer rápido implica no perder tiempo en la mesa para luego seguir rindiendo en el trabajo. Esa comida basura ha migrado hacia otros países convirtiéndose en el centro de una gastronomía fácil y efímera que pretende contribuir a la efectividad en el campo del trabajo. Pero ello es una falacia en la medida de que el exagerado consumo de la comida chatarra tiene sus inevitables implicancias en el terreno de la salud.
Una celebración torcida fue homenajear a la hamburguesa venida de lejos. Ello es una fiesta que no nos corresponde, salvo que querramos siempre ser los convidados de piedra, los eternos seres del patio trasero. En el Perú recién estamos aprendiendo a comer. No hay que olvidar por otra parte que encontrarnos con nuestra propia comida ha sido un proceso largo y tortuoso. En Iquitos, por ejemplo, es reciente la incorporación de los restaurantes de los platos locales o regionales. Es decir, tenemos un retraso debido a la influencia de la comida extranjera introducida por los caucheros. En vez de celebrar fiestas ajenas podríamos hacer un calendario anual para agasajar y homenajear a nuestra rica gastronomía.
En el Ande, en la Selva y la Costa hay la memoria de la cocina ancestral. En las tres regiones hay herencias, hay riquezas que pueden servirnos para hacer una revolución culinaria en un país que come mal. En el fértil campo de la gastronomía debemos mirarnos en nuestro propio espejo, extraer nuestras ventajas comparativas y diseñar una estrategia de largo aliento que nos convierta a la postre en un país bien alimentado.