Gino Ceccarelli es un sesentón perpetuo. No por gusto ha nacido en 1960. Como perpetua es su obra. Y como perpetuo será el enigma de su lugar de nacimiento. Total, los artistas nacen donde quieren. Y él ha establecido como lugar del alumbramiento materno y artístico a la Amazonía. Esa amazonía le ha dado, junto con su abuela materna, los insumos para su creación pictórica. Esa perpetuidad de su obra, en imágenes y palabras, es la que intenta resaltar Ceccarelli, el otro mundo que publica Tierra Nueva, gracias a la complicidad de Jorge Najar. Pero Gino no sólo es pintor.

También es un transformista. A veces es chullachaqui, otras veces runamula. Unas veces se comporta como un bufeo colorado, otras como un árcangel saliendo del Infierno o Purgatorio. Unas veces camina por las calles latinas y no tan latinas de París, otras se le puede apreciar por las veredas del Callao. Por ahí se lo puede ver por las playas del sur de Lima, otras por el ingreso a la Sierra Central dando guiños a la Selva. A veces logra el cielo, otras veces se siente cómodo en el infierno. Por ahí se le puede ver como, según Arturo Corcuera, “un otorongo que le arrebató unos carboncillos a la noche” y plasma árboles y pájaros con la destreza de esas aves que en medio vuelo dan de comer a sus crías. Gino nos alimenta el alma, nos retroalimenta con las especias oriundas a través de su lienzo.

Ceccarelli ha logrado, como muy pocos pintores amazónicos, crear su propio mundo. Su mito puede ser comparado a creadores de otros tiempos, pero es un mito propio. Sus leyendas tienen la influencia de los grandes y, sin embargo, los ribetes propios de su lienzo lo hacen único. “El Olimpo se pierde como un pihuicho audaz en la tormenta” y tiene en Gino a un creador constante, para tomar una frase de Antonio Cisneros. En blanco y negro, sepia o con todos los colores del amanecer o atardecer amazónicos Ceccarelli nos ha demostrado que con un pincel en la mano es capaz de inventar un mundo y reinventarse él mismo. Su obra, como él mismo, está en constante movimiento. “Quizás por eso pinta. Para vivir aún más”, ha escrito Alberto Fuguet. Ésa es la inmortalidad que ha sembrado a través de sus obras.

La Amazonía peruana tiene una deuda, como la deuda externa, impagable con Ceccarelli. Como él no se cansa de reiterar, nació en la Amazonía. Sin embargo, en ninguna ciudad amazónica, tiene un ambiente donde se puede apreciar su vida y obra. De alguna manera Ceccarelli, el otro mundo trata de llenar un vacío de Gino y hacia él. Los grandes artistas, y Gino lo es, tienen un lugar donde se explora su obra. Ya sea como “casa museo” o producciones bibliográficas. Como lo primero requiere otras circunstancias, hemos optado por dar a luz este libro.

Por una complicidad artística y generacional de Jorge Nájar, Tierra Nueva ha emprendido la tarea de mostrar el trabajo de Ceccarelli de la mano de textos de quienes conocen a él y a su obra. Así, se incluyen escritos de Paco Bardales, Juan Peralta, Percy Vílchez, Manuel Cornejo y del mismo Najar. En uno de sus viajes a Lima, Nájar llegó a la editorial con un libro bajo el brazo. Era una publicación de homenaje a un pintor francés. “Algo así se debe hacer con Gino”, dijo. No a manera de petición sino de imposición. Son esas imposiciones que alegran, que dan sentido a la vida editorial. Desde la fecha que fue pronunciada esa frase no ha pasado mucho tiempo para que Ceccarelli, el otro mundo vea la luz.

Ceccarelli es “el pintor amazónico más visible dentro de la sociedad peruana de nuestros días” en letras de Jorge Nájar, el impulsor de este homenaje bibliográfico a Gino. Tierra Nueva comparte esa expresión y publica este libro con la ilusión de llenar un vacío de la deuda que tenemos los amazónicos con este artista universal. Así el universo creado por él reemplaza a otras creaciones y nos hace creyentes de un mundo mejor.

Gino está “a poco de comenzar una nueva andanza existencial” con un morral lleno de Amazonía que, al final de cuentas, es la que siempre acompaña sus periplos. Ceccarelli, el otro mundo que publica Tierra Nueva quiere de alguna forma que esa concepción Omagua del mundo acompañe al artista en este y los otros mundos que él se ha encargado de crear desde su niñez hasta la adultez. Convertido en un embajador artístico de la Amazonía porque, como él mismo repite, “Mi esencia sigue siendo amazónica. Nunca he dejado de serlo”, es bueno que siempre se tenga el arte como parte de la vida. Mejor si es de pintores como Gino Ceccarelli.

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