Cauchería en La Habana

Hemos venido con Percy Vílchez con unas fotos que tienen por lo menos cien años. De soledad, de escondidas, de olvidadas, de traspapeladas. Estamos en una ciudad que cuida monumentos con seiscientos años de antigüedad.  Poquita cosa, se dirá. Pero ya estamos en la galería “Carmen Montilla” de La Habana vieja con la frescura que da encontrar gente vital, amante del trabajo y que intermitentemente recurre a Martí, Benedetti y cuanto poeta sirva para prestar sus versos para vivir mejor y hablar también mejor.

Y en este andar un poco gitano que se ha vuelto mi vida desde agosto del 2012 hemos llegado a La Habana. Aunque no lo crean, señores y señoras. Una ciudad y un pueblo que respeta su pasado, que protege su historia, que cuida sus edificios. Fácil, en cada cuadra uno encuentra mansiones con 200 años de construidas, con edificaciones que son reconstruidas sin prisa porque, a pesar que el tiempo pasa y no se detiene, debemos acostumbrarnos a detenernos en el tiempo. Por eso uno entiende por qué tantas edificaciones han sido declaradas patrimonio de la humanidad. No solo por los años en que fueron construidas sino por lo cuidadas que están. Se respira historia, se transpira conocimiento. Ya sea ingresando a la fortaleza donde todos los días un cañonazo sonará a las nueve en punto de la noche o caminando por la plaza de la revolución. Uno por su antigüedad y el otro por su inmensidad. Se le escarapela, inevitablemente, el cuerpo.

Y entre los nuestros, que no solo descuidamos lo que tenemos sino que lo destruimos, tengo que repetir cuantas veces sea necesario que en el año de  1912, entre agosto y octubre, los señores Carlos Rey de Castro, Cónsul General del Perú en Amazonas y Pará; E. J. Fuller, Cónsul de los Estados Unidos del Norte en Iquitos; y Jorge B. Michael, Cónsul de su Majestad Británica en Iquitos, hicieron un viaje hacia el río Putumayo y sus afluentes. La misión era conocer la verdad de las denuncias cometidas en las caucherías. Los citados partieron desde Manaos, en la nave Perseverancia. Con ellos iba el cineasta Silvino Santos,   varón vinculado al barón Julio C. Arana, que fabricó un álbum hecho a la medida de los intereses de los caucheros. Es decir, manipuló la realidad para que las tomas escondieran los escalofriantes hechos. Las fotos fueron tomadas hace más  de un siglo. El tiempo no ha borrado sus lecciones. Los poderosos hoy todavía siguen manipulando la realidad, escondiendo hechos, mintiendo para defender sus intereses. Hoy, como ayer, toda riqueza, todo recurso, es una amenaza para los que viven en los alrededores de esa riqueza. Las fotos, además, nos recuerdan que falta mucho por conocer del tiempo de explotación de la goma. Y ésa es una tarea pendiente que Percy Vílchez inició hace tiempo y que tiene una escala en La Habana en este octubre que siempre suena a revolucionario.