Casas desoladas

El título de la novela “Casa desolada” pertenece a la pluma de Charles Dickens, que no es un detective privado inglés sino un escritor de primera línea, y puede servirnos para graficar lo que en tantos casos es el verdadero inicio de clases escolares en este Perú de gorreros al por mayor. En el cronograma oficial, hoy 4 de marzo, es el día D, el momento en que las bandadas de palomas van al vergel educativo. Es correcto, esas palomas uniformadas van a sus aulas. Pero no todos (as).  Para algunos estudiantes este lunes es el regreso a las casas desoladas. No tanto por los malos profesores, por la pésima enseñanza, sino porque se caen en pedazos.

En la barriada San Pablo de la Luz, en este Iquitos del Dios del amor, a la cutra, el regateo y el mamagallismo, la Cuna Jardín Nº 364 cumple el requisito de casa desolada porque está cayéndose en pedazos. En cámara lenta, poco a poco, como surgen en las noches madrugadas, se viene abajo. Y este año es posible que no soporte más las lluvias, los soles, los abusos de los chinos y acabe derrumbándose. Ese lugar es apenas una muestra de ese mal de la infraestructura educativa. En esas condiciones estudian tantos alumnos (as). Sombreándose, esperando el derrumbe, escuchando burradas de los adultos.

Las casas desoladas este año brillan por su presencia. Sería ocioso enumerar uno por uno los problemas físicos de los centros educativos de aquí y de allá. Esa cuna nos sirve de metáfora del desconsuelo y del fracaso. Las mejoras en la educación no serán posibles en esos reductos, en esas casas desoladas. La solución no es un imposible. En sus tantas visitas a esta región, el mandatario Ollanta Humala ha dicho con todas sus palabras y letras que plata hay, pero se requieren proyectos. Se podría hacer un vasto plan de recuperación de esas casas desoladas en toda la región para presentarlo al Ejecutivo. De repente chimba. Y el año que viene la Cuna Jardín Nº 364, y tantos otros lugares, dejaran de ser lo que ahora son.