Carnaval con violencia
Es de antemano imposible que la vida sea un carnaval o una mascarada, como suponen algunos individuos superficiales. Menos en este febrero del 2012, días de serpentinas y funcionarios exaltados por el rey Momo, de abusos en echar agua, de concursos de vacas locas o cuerdas, de cortes de pobres palmeras con regalos. Porque enero acaba de irse dejando un censo de atentados, de vandalismo, de violencia. Una radio destruida, un hombre en estado de coma debido a dos certeros balazos y un ciudadano pidiendo garantías para su vida debido a la amenaza de un burgomaestre, flotan en el ambiente de carnaval como una agenda macabra.
Este febrero de increíbles gastos oficiales en divertirse, en pasarla bien, en parrandear, es absolutamente peligroso no por el desperdicio de agua, de recursos, de energías, en homenajear a tan relajado soberano, sino porque esa violencia reciente está vinculada a la vida política. De un tiempo a esta parte, debido a la famosa revocatoria, la agenda desborda cualquier cordura y adquiere un inusitado intercambio de agresiones verbales, de furias habladas, de actos de pugilismo. La contienda política se ha polarizado en una degradación pocas veces vista.
Es posible que ni el mismo divertido o jugador monarca Momo, con sus bandos de burla, sus disposiciones para la risa, sus cancilleres de mentira y sus concursos de belleza, pueda detener los enconos desatados. La vida no va a ser un carnaval en este febrero violento. Ni así las autoridades, muchas de ellas tan carnavalescas y tan propensas a celebrar cualquier cosa, pongan de la suya. Con toda seguridad. Porque la coyuntura revocadora se nutre más de cuestiones personales, de odios disimulados o no, de la vieja modalidad de traer abajo el otro, al que va ganando. Salvo uno que otro revocador que tiene argumentos respetables. Y es una pena que el argumento haya sido reemplazado por el insulto y la agresión como en tiempos de La Liga y La Cueva.