En la gallarda intervención de la Controlaría a los monumentales desperdicios iquitenses, hecho de limpieza que incluyó los cerros diarios de las esquinas, las semillas de aguaje de las pistas, fue encontrado escondido un tenebroso personaje. No fue fácil para los uniformados detectar a semejante ejemplar, pues andaba mimetizado como un reptil a la maleza y le cubrían franjas de porquería, le protegían sucios escombros y estaba disfrazado de pordiosero. Cuando las dragas avanzaban vertiginosamente, el referido sintió que el piso se le movía y quiso darse a la fuga. Pero el intrépido servicio de baja policía le atrapó a la altura del relleno sanitario fluvial conocido como lago Morona. Pero costó enorme esfuerzo a los uniformados identificarle.
En su afán de escapar a la acción de la justicia sumaria del Perú, plan de limpieza presente en el Neo Código Penal, el capturado era otra persona pues se había cortado las orejas, cercenado la nariz, borrado las huellas digitales. Y, lo que era más grave, ya no respondía al antiguo nombre de Roger Rumrril García. En medio de los carnets de todos los partidos políticos, de los lemas de tantos candidatos, de las ideologías de tantos congresistas, estaban sus documentos personales con incontables nombres, sus pasaportes de varios colores con distintos rostros. Era un caso imposible y podía salir vivo y coleando como siempre. Lo único que quedó a los uniformados entonces fue someterle a la píldora de la verdad.
Cuando la píldora hizo su efecto el antiguo asesor de un tal Rivadeneira salió de sí mismo y demostró que gustaba comer a varias mandíbulas a la vez, picotear en varias graneros y cambiarse varias veces de casaquilla en un solo partido de potrero. Luego pronunció encendidos discursos donde se declaró fervoroso militante de todas las ideologías y corrientes políticas, desde el velasquismo, pasando por el fujimorismo, circundando el popismo oliveirista y llegando al simonismo actual.