En la culta y letrada esquina de las calles Arica con San Martín, donde antes reinaba el sabor y la sazón de un chifa, unos falsos turistas mochileros vienen armando guerra. Sin importarles la presencia de diligentes bibliotecarios y de ávidos lectores, pretendieron que allí les sirvieran rebosantes pollos a la brasa. No quisieron retirarse ni cuando voceros ediles les dijeron que allí funcionaba una biblioteca y que ya no existían los potajes avícolas. Ellos, en coro, gritaron que los libros no podían estar cerca de la cocina y de los potajes. De igual manera que en cualquier biblioteca no se podía armar parrilladas.
Cuando los serenos maynenses intervinieron con el poder redundante de la cachiporra, sucedió lo increíble. En realidad, los visitantes mochileros eran otra cosa. Detrás de sus melenas grasientas, de sus ropas sucias, de sus aretes, de sus tatuajes, estaban personalidades de alto vuelo: un juez del tribunal de la Haya, un científico de la Nasa, varios catedráticos de la universidad de Harward y un reputado cocinero experto en preparados a base de carne de gato.
Es decir, eran gentes con peso en sus países de origen. Sus gobiernos, por intermedio de los diplomáticos acreditados en el Perú, exigen que se les sirvan los crocantes pollos a la brasa en ese lugar. Y no en otra parte, porque el sabor y la sazón pollera que alguna vez los falsos mochileros degustaron en ese sitio en anterior visita, es irrepetible. Para sus exigentes paladares no existe otro huarique así en Iquitos. Ese es el asunto. Lo peor sucedió antes del cierre de esta columna, cuando los visitantes tomaron por asalto el antiguo chifa y se atrincheraron detrás de los estantes poblados de libros. ¿Qué pasará con los libros? ¿Los falsos mochileros se saldrán con la suya? ¿El chifa de antes volverá a abrir sus puertas en esa esquina?
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