En la brava coyuntura de ganar una de las 24 comisiones del Congreso peruano, los parlamentarios no se detuvieron ante nada. Y, de repente, sin que nadie pudiera impedirlo hicieron una verdadera repartija del local del poder legislativo. En forma prepotente los fujimoristas se apoderaron de la zona llamada Los pasos perdidos. Desde allí vieron cómo los demás se disputaban de lo que quedaba de ese reciento. Vieron a los del disminuido oficialismo que, desesperados porque todo se les iba de las manos, tomaron por asalto el comedor. Las otras agrupaciones minúsculas terminaron por invadir los mismos escaños, la biblioteca y hasta la cafetería. De esa manera funcionó mejor la consabida repartija.
A partir de ese instante, con todos los congresistas contentos por lo que habían logrado en tan poco tiempo, comenzaron a trabajar en aras de ellos mismos, del propio beneficio. Así volvieron a subirse el sueldo y aumentar sus aguinaldos. Luego procedieron a incrementar a 10 años el periodo para cada congresista. Después decidieron que los viáticos tenían que elevarse hasta igualar a varias unidades impositivas. La cosa ardía afuera del hemiciclo y los parlamentarios no se dieron cuenta de nada, hasta que apareció la orden del cierre temporal del Congreso.
El Congreso sigue cerrado hasta el día de hoy. En el Perú se ha desatado una fiebre por evitar que se vuelva a abrir ese local que solo ha servido para beneficiar a algunos. Pero no faltan unos cuantos que tratan por todos los medios de que se vuelva a abrir dicho reciento. El tema de la dación de leyes y de indispensable fiscalización al Ejecutivo son los caballitos de batalla. Para evitar que las cosas sigan dilatándose hasta el infinito, hay una moción donde se acepta la presencia de congresistas pero ganando el sueldo básico.