En la agitada, turbia y compulsiva campaña electoral del 2021 los candidatos de uno u otro feudo disputaron a brazo partido para regalar a la audiencia el mejor desayuno, el más caro almuerzo y la más nutritiva cena. El señor Jorge Monasi se olvidó del sopón de rigor y entregaba sendos pollos a la brasa, pollos a la leña o pollos ahumados, más su arroz chaufa y una gaseosa como obsequio final. El señor Mera cantaba como polluelo de granja y regalaba panes con chicharrón, lomos saltados, cabritos al horno, más conservas importadas El señor Meléndez no se quedaba atrás y mandaba comprar todas las comidas chatarras que se vendían en la ciudad de Lima.
El señor Noriega, que había renunciado nuevamente a su agrupación política, se olvidó del café pasado de ayer e invitaba espesas mazamorras de plátano, panes de yuca o maíz y de una vez el almuerzo y la cena. Euler Hernández, aliado con Chuquipiondo, “Gato negro”, Víctor Grandez y otros aspirantes al poder edil en Punchana, mandaba matar reses, cerdos, majaces y avestruces para luego regalar un asado banquete para sus posibles votantes. El candidato Fernando Paima, fiel a su divisa carnal, preparaba personalmente almuerzos erotizados, cenas afrodisiacas, para incentivar a los supuestos votantes, muchos de los cuales no acababan con sus candentes y picantes raciones y se iban para la guerra.
De esa manera golosa la contienda de las ánforas se volvió un instante gastronómico, nutricio, nutritivo y los votantes de ambos sexos, acostumbrados a jugarles malas pasadas a los candidatos, comieron como nunca en sus vidas. La glotonería a varios cachetes les provocó una indetenible obesidad. El día de las elecciones no votaron por nadie. Ni en blanco, como tenían planeado. Es que no pudieron abandonar sus camas donde vivían echados. No podían caminar ni a sus salas debido a sus brutales papadas, sus terribles mofletes y sus panzas que no cabían en ninguna parte.