El lema higiénico de su campaña electoral: “Prohibido botar basura en este lugar bajo pena de multa” fue equívoco. Porque él mismo, como si fuera un líder de la baja policía, de los residuos sólidos o líquidos, del inexistente relleno sanitario, juntaba en bolsas de plástico ciertos desperdicios y, armando alboroto callejero, causando temblores mediáticos, moviendo a rabiar las redes sociales, depositaba lo recogido en las veredas de las casas de los alcaldes de Iquitos, mientras sus partidarios dejaban otros tipos de basura en las veredas de los funcionarios ediles, los asesores, los trabajadores nombrados o no, los servidores fantasmas o no y hasta los mismos porteros municipales.
La aparición de ese candidato inevitable, que de una u otra manera interpretó la garra del burgomaestre Juan Cardama que inundó con desperdicios la vereda del empresario botador de entonces, pasó desapercibida. Apareció así nomás, como si nada. Andrajoso, lúgubre entre la suciedad, surgió reciclando los desperdicios de las esquinas y las calles y los botaderos improvisados. Apareció con su saco sobre el hombro y el que menos pensó que era un infortunado más. Pero pronto cambió de rumbo y se presentó a la campaña electoral del 2021 con una plataforma de lucha basurera. Su símbolo de campaña era el ligero, aerodinámico y hermoso gallinazo devorando a picotazo limpio un montón de tripas olvidadas.
La cotidiana campaña de conducir los desperdicios a las casas de todos aquellos que tenían la responsabilidad de mantener limpia la ciudad más bella del mundo, fue una estrategia exacta y puntual. Las casas encuestadoras le tuvieron que poner en el primer lugar, pese a que no aportaba lo suyo. En realidad, tanto acierto fue un desperdicio más. Pues el candidato de la venganza en carne viva, de la furia del desperdicio, no volaba alto. Anhelaba tan solo convertirse en un modesto regidor.