En su momento el amplio, vasto y amplificado doctor Alan García Perez debe dar cuenta de los gastos que nos cuestan los sibaríticos, pantagruélicos y golosos desayunos que se zampa diariamente. Gobernar es comer, comer opíparamente, nos dice el líder de un país imaginario que avanza hacia el primer mundo. Candidatear es comer, nos dicen en coro de cocina y de buen paladar los candidatos de estos tiempos de elecciones. De un tiempo a esta parte, los candidatos comen como glotones. Aparecen a cada rato comiendo como si tuvieran una voraz solitaria que les impulsa a la mesa servida, al plato rebosante de preparados.
Los candidatos comen en cada lugar que visitan, comen en ciertas entrevistas bastante sobonas, comen en los encuentros partidarios, comen en sus propias casas. La lid electoral, en tantas ocasiones, parece una de esas contiendas gastronómicas donde el comensal pretende demostrar que come más que el otro, o los otros. Sin exagerar mucho, podríamos pensar que no se trata de la búsqueda del poder, del servicio a los demás, sino de derrotar a los rivales en asuntos de las papilas gustativas. Está bien que la suculenta y variada cocina peruana tenga su valor, su jale. Pero está mal que los candidatos conviertan el escenario político en un espectáculo culinario.
El agudo y preciso Tunante o don Abelardo Gamarra sostenía que en este país para llegar al gobierno no se requería de muchas luces o variadas propuestas. Ni de audacia, ni de inteligencia. Se necesitaba propiciar comilonas. Así es ahora, pese que comer puede ser dañino para la salud. En campaña comen todos. Comen los que ponen la plata, los que piden los votos, los que van a las urnas. La gastronomía nacional es más que una moda. Es una palanca, con aderezos, con sazones, con sabores variados, para alcanzar y disfrutar del poder.