En humeante campaña del café, con su pan y mantequilla, el candidato Noriega avanzaba a grandes pasos en ese lejano año del 2013. De casa en casa, de barrio en barrio, el susodicho se reunía con la gente a ingerir cafeína a raudales y así se enteraba de quejas, llantos, dolores, hondas preocupaciones y grandes ilusiones de los votantes. El café era de buena calidad y pronto faltó espacio para la íntima y sincera tertulia y Noriega tuvo que contratar estadios, campamentos, fundos para albergar a tanto consumidor de ese producto que no se sembraba en la región. Sin darse cuenta, Noriega se convirtió en el más grande comprador de café del país y del mundo. Pues cada día aumentaban los consumidores cafeteros.
Para satisfacer los exigentes paladares, Noriega tuvo que preparar varios tipos de café. Hasta café helado o café en olla. Noriega tuvo que sembrar su propio café ya que en algún momento las empresas que le proveían no se dieron abasto. En las intenciones de voto Noriega ganaba de ida y vuelta. Pero quiso el destino que surgieran los inconvenientes ante el abuso del consumo de la cafeína. El mismo Noriega fue afectado por sus nervios y se horrorizaba el mirarse en el espejo cada mañana. Luego padeció de un largo insomnio. El tranquilo sueño se volvió una pesadilla y dormía en cualquier parte y a cualquier hora. Por ello perdió las elecciones de ese año, ya que cuando se vestía para acudir a votar se quedó dormido.
El señor Noriega, hoy por hoy, no duerme. Hace tiempo que ha renunciado a candidatear a algún cargo. Y trabaja las 24 horas del día, incluyendo los domingos y feriados largos. Ha olvidado su antigua profesión de contador. Es un tenaz, furioso y desbordado enemigo del café. Hasta del café en sobre. Considera que ese producto es más amargo que ayer y patrocina un colectivo que combate contra el consumo de esa droga que las personas alegremente toman cada día.