Por: Marco Antonio Panduro
Cambiando escenarios y actores
Por: Marco Antonio Panduro
Como productor de oro, plata, cobre, zinc, estaño, entre otros minerales, el Perú disputa los primeros puestos en exportación a nivel mundial. Además, la harina de pescado, el maíz y el café salidos de Perú compiten entre los top ten de los commodities en el mercado internacional. El Perú se ubica también como primer productor de espárragos en el mundo. El Perú es, entonces, un país rico, riquísimo.
El desarrollo industrial y alimentario del mundo, en cierta manera, le debe mucho a este país porque históricamente ha sido un botín al que hay que saquear a manos llenas a fin de satisfacer la demanda. Y al hacer uso de “saquear”, se entiende que esa producción ubérrima que brota de sus tierras no pasa necesariamente y ni por asomo en beneficio de sus pobladores.
En otros tiempos un intelectual llamó a los presidentes peruanos “ilustres rehenes de la oligarquía”. Hoy en día cabría mejor catalogarlos de «presidentes rendidos a la agenda de los grupos de poder». Defender el status quo macroeconómico es la consigna de justos ingenuos y de conscientes pecadores.
Mas recordemos que la Historia de este país es ingrata y cruel con sus gobernantes. Los finales de estos, a lo largo de la vida republicana del país, no son muy auspiciosos que digamos. Saltemos la línea del tiempo desde Toledo a Vizcarra, pasando por Alan García, Humala y PPK, y centrémonos en el violento y sangriento fin de los días de Sánchez Cerro (a balazos por parte de un fanático aprista), quien fue el lento verdugo de Augusto B. Leguía –su antecesor en la presidencia– y su largo y humillante encierro en el Panóptico de Lima en condiciones menesterosas.
LATÍN AMERICAN STUDIES ASSOCIATION convocó a un grupo de intelectuales peruanos con el fin de intercambiar opiniones, reflexiones y sentires sobre la coyuntura actual en el Perú. Entre estas, las reflexiones de José Carlos Agüero en torno a los convulsos tiempos en el país bien vale escucharlas.
Dice: «El Perú es un país que ha colapsado como sociedad. Durante la pandemia pudo haberse tomado cincuenta decisiones, pero no se tomó ninguna relevante. Si se trata de combatir el crimen organizado, el Estado no existe y es al mismo tiempo es un Estado perverso –entiéndase la referencia a congresistas, abogados infiltrados en el Poder Judicial, tecnócratas y lobistas en los ministerios, todos estos y otros operadores más que encaminan entre las sombras proyectos para alejados del bien común. Pero si tiene que reprimir gente que protesta –he aquí la faceta perversa–, de pronto el Estado peruano es capaz de movilizar tropas, coordinar con las Fuerzas Armadas, comprar suministros, asegurar presupuesto muy rápidamente…».
Podríamos cambiar de escenarios y actores. Es decir, dejaríamos el sur del Perú y nos ubicaríamos en la Amazonía y nuestros actores no serían los comuneros, campesinos de Juliaca, Puno, Huancavelica o Arequipa, o Ayacucho, sino aldeanos, comunidades indígenas, ribereños o pobladores citadinos desfavorecidos en Iquitos, y nuestros recursos no serían el cobre, el zinc y el estaño, los espárragos; sino, la cumala, el cedro, la caoba, el petróleo, el camu camu… y tendríamos el mismo resultado. El conjunto de inoperancia, sordera, e indolencia del Estado peruano.
Se dijo también en este conversatorio virtual que el «capitalismo sin trabas» se ha consolidado a partir del retorno de la democracia. Esto no es un detalle menor y que se pasa por alto al culpabilizar de todos los males la década del fujimorato. Quiere decir que quienes gobernaron desde el 2001 en adelante han pasado por aguas tibias cualquier reforma sustantiva que implicara equidad y justicia social que, como es de suponer, durante el régimen dictatorial jamás hubo ni siquiera tímidas intenciones.
Agüero ha mencionado también «la choledad», no solo vista como el fenómeno o proceso migratorio democratizador y de empoderamiento de los emergentes, sino también como garrocha que ha servido para desencadenar una fase del neoliberalismo donde nada es respetable, donde si yo quiero y puedo me salto los procesos y trabas que impidan llegar a mi objetivo.
Las «combis asesinas» de los años 90 y sus continuas faltas de tránsito como pasarse la luz roja o ir en sentido contrario si es que la ocasión les permite, vehículos de transporte público improvisados con su inherente desprecio a las normas de tránsito que hasta ahora circulan, y la informalidad en todos los rubros; es decir, el pisar cabezas a toda costa según me lo dictan mis intereses, pueden ser claras analogías de lo anterior.
«No hay norma o ley que sea válida. Cualquier cosa es posible si yo lo deseo», dice el joven historiador, investigador en temas de memoria histórica, autor de LOS RENDIDOS, SOBRE EL DON DE PERDONAR.
«Castillo no lee y por eso fracasó», es una frase de la que se vale Marisol de la Cadena para ejemplificar el epistemismo velado entre peruanos alfabetizados y no alfabetizados; es decir, un conocimiento que yo como persona instruida me confiere una jerarquía sobre los “iletrados” o “los mal alfabetizados”. «El conocimiento establece jerarquías», ha dicho. Frases como «Ellos no saben; nosotros, sí», o «los seguidores de Castillo tienen escasa capacidad de discernimiento» son discursos que muestran los grados de superioridad que creemos gozar y abusar cuando en juego están nuestros beneficios, ya que «solo mi posición y mi verdad es la verdad».
Curioso resulta el detalle señalado por José Luis Renique, de que haya más universitarios de intercambio venidos del extranjero (que son pocos además) que limeños universitarios en alguna universidad pública del interior del país.
Por un lado, habria mayor interés y hasta empatía desde el exterior con el Perú de a pie y una suerte de animadversión de los capitalinos y las instituciones educativas privadas a la que pertenecen. De ahí que en parte se entienda y explique la incomprensión de las realidades de uno y de otro lado.
Ahora, en cuanto a nuestra realidad amazónica, una réplica en miniatura vendría a darse dentro del ámbito escolar privado en Iquitos. Es clara la ignorancia –y esto no suena bien decirlo– en alumnos de colegios en Iquitos sobre su entorno; por ejemplo, cuáles son los afluentes del Amazonas. No hay ni idea o por lo menos intención de conocer más allá de nuestras narices. O, en todo caso, el foco de la atención estaría puesta en el exterior, que quiere decir lo capitalino y fuera de las fronteras del Perú. Aunque en este caso, es una buena pregunta saber sobre cuál sería el orden de estas prioridades para algunos.
Esto nos lleva a preguntarnos sobre cuáles y dónde están los espacios de discusión en la UNAP. ¿La Universidad Nacional de la Amazonía Peruana se pronuncia ante cada difícil contexto que sufre el país? En todo caso, ¿la UNAP parte siquiera de pronunciamientos en torno a problemas regionales, tipo el Oleoducto y los derrames de petróleo, sobre la vulneración de derechos de las comunidades indígenas y de otros múltiples problemas que acontecen en la región? De ahí nuevamente que esa afasia y falta de liderazgo institucional sea la causante de la indiferencia y el silencio de motu propio que envuelve a una comunidad como la iquiteña y por extensión a la loretana.