Cámaras sin acción
En los altos de la asfaltada calle Túpac Amaru de Iquitos, entre los variados cables y postes, hay hasta ahora un inquietante aparato. Es visible sin lupa y parece que alguien dirigiera una película sobre la mujer loretana. Pero se trata de una cámara filmadora, de una máquina capaz de registrar los hechos que suceden en su ámbito de captación. Los hechos delictivos, se entiende. Pero ello es falso. Porque en diagonal hacia la cámara, en una farmacia, hace poco ocurrió un robo. Más allá, también hace poco, sucedió otro robo con asalto nocturno. En pleno día, más hacia ese lado, ocurrió el robo de una computadora personal. Casi corre bala. Y la cámara seguía allí, entre los cables y los postes. Filmando otras cosas, alguna fiesta ruidosa, una parrillada sonora, pero no los delitos referidos.
Hemos citado a la nada oculta cámara filmante y fílmica de la calle Túpac Amaru solo para graficar el fracaso de esa modalidad de combate contra la rapacería de estos tiempos. Hace poco, en la gestión del burgomaestre Salomón Abensur, la cámara filmadora se convirtió en algo así como la panacea para grabar los pormenores y los rostros de la chorería abundante. Se gastó parte del presupuesto edil para adquirir las cámaras filmantes. Que sepamos nadie ha sido atrapado luego de ser grabado por alguna cámara oculta.
El caso de las cámaras sin acción, sin filmación o hasta sin baterías, es apenas un episodio de la estéril lucha contra la delincuencia de antes y de ahora. La robótica, ciencia infusa y difusa que consiste en apoderarse de lo ajeno, se pasea por estos predios como Pedro y Juan y sus hermanos por su casa o su patio trasero. La seguridad ciudadana se ha convertido en un clamor demasiado evidente. ¿Y las cámaras filmadoras y los videos de la denuncia y las documentales sobre los robos a tantos ciudadanos de esta urbe?