Bronca de los ilegales

Bronca de los ilegales

En la mala historieta edil de Maynas, única manera moderna de entender tantas cosas como que nos gobierne un personaje en silla de ruedas,  reponiéndose de un brutal accidente, pelean dos bandos, dos facciones que están fuera de la ley. En el absurdo de la vida política, es decir. Ni los entrantes, menos los salientes que dentro de poco podrían cambiar de ubicación, se han fijado en ese pequeño detalle. En el tira y afloja, entre dimes y diretes, en la mutua agresión verbal, se pierden en una evidencia de desgobierno y de caos. De vacío que cubren los basurales cotidianos. Los que están en el pequeño poder como los que quieren ese poder, no reparan en que todo se puede definir de un sopapo.

En un dos por tres, “los bajos fondos”, “los delincuentes”, palabras mayores con que ambos bandos se tipifican públicamente, sin piedad y, suponemos, con pruebas, acabarían con sus rebajamientos, sus enconos, sus broncas.  La pésima historieta se iría al tacho gracias a una calificada junta médica, como nos acaba de decir Víctor López Orihuela. Hasta ahora ese papel ha correspondido a los abogados de ambas facciones. Se habría ganado tiempo si desde el inicio se hubiera confiado en el veredicto de los profesionales de la salud, que nada tiene que ver con el brindis licorero.

La horrible historieta no tendría tantos capítulos adicionales, prolongando el bostezo o la rabia, si es que don Charles Zevallos hubiera venido de Lima con el certificado, firmado y sellado, que le permite gobernar los destinos de la ciudad y la provincia. De igual manera, el señor Jorge W. Guimas Gadea estaría gobernando si hubiera presentado las pruebas clínicas de que su antiguo amigo estaba hasta las patas y sin capacidad para cumplir con sus obligaciones alcáldicas. Así de simple hubiera sido la cosa. Pero, como tantas otras veces, se optó por la pelea, por la bronca. ¿Para qué entonces sirve la ley?