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Si algo de bueno tienen las situaciones de crisis es que en ellas podemos conocer a los verdaderos amigos, los verdaderos aliados. Aquellos en quienes podemos confiar, quienes no se cansan de escuchar y lo más importante, de ayudar. Precisamente aquellos verdaderos amigos y verdaderos aliados suelen vivir en el anonimato, se rehúsan a ser reconocidos públicamente y dentro de ellos hay una clara vocación para el servicio.

Con el ánimo de contribuir, un total de 30 voluntarios viajaron a las afueras de Lima para llevar agua y alimentos a las familias afectadas por las lluvias y huaycos. Los voluntarios, jóvenes menores de 35 años, eran buenos muchachos, pero con una inexistente habilidad para el deporte y el ejercicio.  Razón por la cual, al coordinador del equipo, no se le ocurrió mejor idea que pedir apoyo al Ejercito del Perú, mismo que envío a 6 soldados para instruir y acompañar a los 30 voluntarios.

Los soldados en todo momento destacaron por su agilidad y destreza. Pero más aún, destacaron por su prudencia ante un equipo que, si bien es cierto, tenía las ganas de ayudar, pero no las energías físicas para hacerlo.

De entre los soldados destacaba un tal Martínez por ordenar rápidamente a su equipo y delegar funciones a los voluntarios. La primera instrucción fue trasladar las donaciones de un punto a otro a través de una cadena humana.  La segunda, ordenar a las familias en fila india para repartir las donaciones. Las mujeres entregarían el agua y los varones además de entregar sacos con más de 20 kilos acompañarían a las familias hasta sus casas cargando al hombro cada uno de los sacos.

A la hora de iniciada las actividades, los voluntarios iban cayendo de uno en uno. Sin embargo, el deseo de continuar ayudando se mantenía. Pero de pronto, ya no eran 30 los voluntarios, sino 29 y así sucesivamente. Por su parte los soldados del Ejército se mantenían firmes.

La actividad de voluntariado que empezó a las 9 de la mañana llegó a su fin a las 12. Se había logrado repartir toda el agua y alimentos. Se añadieron también algunos cuentos y ropa para niños.

Los voluntarios quienes cansados hasta los huesos expresaban una clara alegría. Está claro que, por haber contribuido, pero también por haber terminado.

De regreso a casa muchos voluntarios se quedaron dormidos. Los miembros del Ejército no.

Al momento de despedirse, 3 soldados salieron primero, luego todo el equipo de voluntarios y finalmente los últimos 3 solados. Reunidos todos ellos se despidieron con una amable firmeza ante el alegre aplauso de los voluntarios.

Finalmente, Martínez se acercó al coordinador de voluntarios para a viva voz decirle, mi equipo y yo queremos organizar con sus voluntarios una jornada de rapel. Al escuchar la propuesta de Martínez, los voluntarios no supieron si seguir aplaudiendo o salir corriendo.