El soberbio y abundante aguadito, plato novísimo que marca la hora en la gastronomía política local, fue servido personalmente por el alcalde Euler Hernández. La comilona era una parte del programa de inauguración de la sequía o estiaje. La creciente se iba y el previsor alcalde de Punchana hizo la ceremonia pensando desde ya en la limpieza de las zonas que fueron inundadas. Luego vinieron los discursos, las promesas y la parranda de amanecida. Todo hay que festejar y se advirtió a los pobladores de la zona que reunieran los desperdicios en determinados lugares para que luego sean recogidos por las unidades consistoriales.
Los moradores de la calle Independencia, que no consiguieron que les sirvieran el suculento aguadito, hicieron caso del pedido edil y reunieron la basura. Confiados en la puntualidad de las huestes municipales, esperaron que pasaran los prometidos camiones recogedores. Pero transcurrieron los días, los meses, los años, y nadie acudía a encargarse de los desperdicios. El montón oscuro quedó allí, a la intemperie, soportando la agresión de roedores y de gallinazos. En vano los moradores acudieron a los medios de comunicación, en vano amenazaron al alcalde. No hubo respuesta como si esos moradores estuvieran pintados en la pared.
El soberbio y abundante aguadito fue el plato bandera en la inauguración del curso de recicladores de la basura que auspició la edilidad de Punchana. Los desperdicios podían dar para más y no ser meros estorbos en la biografía del distrito. El curso permitió que algunos encontraron el sustento gracias a la basura. El tiempo siguió pasando y hubo otro aportes en el campo de los desperdicios, pero la acumulada basura de la calle Independencia siguió allí, porfiada, tenaz, invicta. Las protestas cesaron cuando nuevamente arribó la inundación que de un solo envión se llevó por delante a ese cerro que tenía tanto tiempo en la intemperie.