Durante varios semanas estuve enganchado a una serie italiana “1992”, “1993” que describe descarnadamente el poder en estos tiempos, con guiños claros a Bertolucci y su monumental película “Novecento” y a Pier Paolo Passolini sobre su visión crítica del poder. Me parece que las películas o series italianas son las que mejor describen el poder corrupto y esta serie va en ese camino. Es una película coral, de varias voces, historias y tonos en un mismo tiempo. En dos lugares del poder como Roma y Milán. Uno de los protagonistas viene del mundo audiovisual y lo que le interesa “vender” a los poderosos es la imagen del candidato o candidata como un producto de marketing. No interesa un programa, la identificación de las necesidades y posibles soluciones para ofrecer a los electores, no, lo que se trata de enviar mensajes sencillos y sin complicaciones a la gente, que ésta la pueda digerir sin dificultad. La serie también incorpora al célebre juez Antonio Di Pietro de “Manu Politi”, quien destapó las hediondas alcantarillas de la corrupción donde todos los partidos sin excepción han metido la mano en el fango. Este juez puso en evidencia el idilio del poder económico en convivencia con el poder político. En la serie quien impulsa la investigación es un joven policía que por los chanchullos en los servicios de salud es contagiado de VIH, él no ceja hasta desmantelar la podredumbre de los negocios y tejes y manejes de la sanidad pública. Además, la serie también incorpora la aparición de nuevos protagonistas en la palestra como es el caso de los de la Liga Norte que capta el descontento de la gente – muchos de ellos son perdedores sociales que sacan brillo y luz a su rol en la política de amaños y arreglos bajo la mesa: hoy por ti, mañana por mí. Lo curioso es que estos nuevos políticos se comportan igual a los que quieren desalojar. Hay poca diferencia, no en su discurso, que puede sonar bien y hasta seductor si no en su comportamiento. Es un buen lienzo sobre la toxicidad del poder.
