Balance provisorio
El presidencialismo en cualquier parte del mundo anda en entredicho, en cuestionamiento. En la llamada postmodernidad, el ejercicio del poder máximo, la función de gobierno, puede hacer agua por todas partes. La aparición de los indignados en tantos lugares de la tierra, menos por estos lares verdes y fluviales, es el más serio cuestionamiento a la manera tradicional de mando o mandato político. Ese oficio está erosionando y tiene que reconvertirse para responder al desafío del presente. Eso lo sabía don Alan García pero no hizo nada por variar o cambiar esa complicada profesión. Otro que sabe esa verdad tan grande como una cancha de fútbol, es el actual mandatario del Perú.
Un año no es gran cosa para juzgar a un mandatario o a un régimen pero puede servir para una evaluación parcial, transitoria. En el estricto terreno de las cifras, de las encuestas, el retirado comandante Ollanta Humala no anda mal como podría suponerse luego del no solucionado problema de Conga y otros hechos ingratos. Pero el 40 % de aprobación lo ubica en mejor situación que don Alejandro Toledo y el mismo Alan García durante sus primeros años. Es decir, el líder de la inclusión social tiene todavía su jale, su prestigio.
La explicación de esa cifra podría no estar solo en sus aciertos como la promoción de la Consulta Previa, el impuesto a las ganancias mineras y otras medidas que no es del caso mencionar aquí. Podría estar también en el perfil bajo, en la renuncia al protagonismo habitual, en la delegación de funciones como aquello de llamar en pleno discurso a un asesor para que mencione cifras y en esa descentralización de hecho de las sesiones del gobierno que implican inversiones en las provincias, como ocurrió en Loreto hace poco. Es otro presidencialismo que el actúa en el presente. Nos guste o no. Ello es una virtud pero no garantiza nada con cara al futuro. Porque en un país de tantas oportunidades perdidas, nada es seguro ni permanente.