El año pasado se cumplió cien años de la publicación de “La metamorfosis” de Franz Kafka, seguramente que Praga se convirtió en un lugar de homenajes alrededor de este escritor checo que escribía en alemán, disfrutaba con sus amigos de las novelas de Robert Walser, que acudía a dar un paseo por el río Moldava que baña a la ciudad y que vivía con sus padres y hermanas. Llegamos después de esos fastos donde la bulla de la fiesta del aniversario había desaparecido. Días antes del viaje releía el texto de “La metamorfosis” traducida por Jorge Luis Borges ¿me transformaría en la cama como Gregorio Samsa? Este escritor supo traducir los sentimientos de la sociedad de su tiempo y de la que vendría. Luego de casi dos horas y media de vuelo desde Madrid llegamos a Praga alrededor de la dos de la tarde. La ciudad nos recibió con el cielo gris, muy fresco y lleno de charcos. En la mañana había llovido y dejaba sus huellas por las aceras. Mirando el mapa urbano me di cuenta que estábamos a unos minutos del río Moldava, como persona de la floresta esbocé una ligera sonrisa para mis adentros – casi siempre busco un río y S lo sabe. Lo primero era reconocer el terreno y pasear por el centro de la ciudad de la que estábamos a unos minutos a pie. Es verano y Praga es una ciudad que atrae a muchos turistas y la zona del barrio judío está inundada de ellos. En esa caminata por el centro el hambre nos hizo aterrizar en un restaurant tailandés, la ciudad está llena de restaurantes orientales, seguro que nuestro amigo Franz no la reconocería. La comida era un homenaje, inconsciente, al escritor de la calle U radnice 5, en el sentido de que la ciudad de entonces no es lo que es ahora. Me propuse buscar la casa donde había nacido pero no la encontré, es más, no figura el número de la casa- en Londres una de las casas donde vivido Marx se había convertido en un restaurant y en la segunda planta en una agencia de publicidad. En la esquina hay un café con el nombre de Kafka y poco más. La gente ambula por esa calle sin conocer que por allí paseaba este scrittore algo tímido y cuyas orejas sobresalían en las fotos. En una avenida amplia vimos una exposición fotográfica sobre la Primavera de Praga, la rebelión contra el comunismo soviético. Luego de una larga caminata entramos, intuitivamente, sin querer al Café Slavia, nos sedujo sus grandes ventanales y parecía esos cafés de principios del siglo XX. Nos enteramos que allí hacían tertulias donde participaba Kafka y sus patas, pasaba también por allí Vaclav Havel y el fondo musical era un piano que tocaba una música de esos tiempos. Allí sentados me vino a la memoria unas palabras de Claudio Magris que decía que el viajero de alguna manera hace un trabajo de arqueólogo que remueve sedimentos, lee signos escondidos debajo de otros signos, así es la Praga de Kafka.
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