Azángaro en el claustro 

En este Perú de cocineros, nueva modalidad de la ilusión nacional, Iquitos tiene su lugar. El plato bandera, hasta ahora, es la colectiva, populosa, dorada, parrillada. Flamantes parrilleros, sin ser argentinos, podemos ser todos (as). En algún momento. O siempre. Las asadas carnes son sabrosas, suculentas y convocan a la mesa a generaciones enteras. Tanto placer es dañino para la salud, sin embargo, pues cada pedazo de carne equivale a fumar, de un solo tajo, de un solo sopapo, 600 cigarrillos de mala calidad. Semejante envenenamiento público y encomandita no importó al profesor de la gloriosa UNAP, un pelotero retirado, que convocó a sus alumnos (as) a su parrillada pro fondos para su bolsillo. A cambio del consumo letal puso la nota correspondiente.  

La evaluación parrillera del futbolista metido a profesor, parece una broma digestiva y académica ante el pavoroso informe sobre una mafia de notas en la única e irrepetible UNAP que trae nuestra página central de hoy. Redes sociales de la delincuencia en el claustro,  colectivos de los bajos fondos en el alma mater,  parecen sacados de la legendaria calle Azángaro. Esa calle entera, con sus tramitadores de medio pelo, sus forajidos audaces, sus copistas sin miedo, parece haber anclado en esa universidad de la maraña.

La azangarización de la UNAP sorprende más considerando que existen denuncias sobre ese tráfico. Serias denuncias con nombres y apellidos de los que frecuentan ese delito de cobrar por poner notas aprobatorias. Testimonios irrefutables hablan sobre el feo asunto. Y todavía no pasa nada. Y justo ocurre ello cuando se denuncia que en el majestuoso Congreso de esta República 18 servidores o asesores  o empleados tenían títulos falsos. Es decir, la atroz tecnología de bambear es nacional, es blanca y roja. Los falsificadores de dólares peruanos llevan la palma de oro pues ocupan el primer lugar en el mundo. ¿En qué lugar de la cacocracia terrestre están los traficantes de notas de la inigualable UNAP?