ATENTADO A LA DIVERSION  

El Dios del amor, a la repartija, la mermelada, la pendencia,  debe andar en estos días por lo menos preocupado. No puede estar indiferente ante lo que viene pasando en la ardorosa Iquitos. En sus predios de alcantarilla, con o sin chinos, en la ciudad de sus desvelos, hasta divertirse esta en cuestión, en entredicho. Ya no se puede salir confiado a matar el tiempo, a pasar un buen rato, a escapar de la rutina o del vacío. Hay que tener cuidado. El simple hecho de mover el esqueleto, de beberse unas aguas en algún bar, puede acabar mal.  El rostro cortado de Carlos Coriat en una ruidosa discoteca y la filmación de una joven en el baño de una taberna, son más que simples noticias para la página policial.

En el fondo ambos hechos bochornosos expresan que la inseguridad ciudadana es más  seria de lo que parece. No se trata ya del asalto en pleno día, de la mudanza sorpresiva de las cosas de las casas, de los crímenes sin solución, sino de atentados contra la sagrada diversión, de profanaciones de los lugares donde los pobladores van a pasarla bien luego de romperse los forros trabajado o buscando trabajo. La violencia, de todo tipo, infecta la sociedad iquitense como nunca antes. Y ello es más que peligroso.

El divertido morador de Iquitos no podría concebir la vida sin su bar, su discoteca, su bailódromo, su parrillada. ¿Qué haría si  la violencia en esos lugares se desborda, se incrementa? ¿Quedarse aburrido en casa los fines de semana? ¿Contar garbanzos durante los feriados largos? ¿Jugar fútbol de mano con los amigos y conocidos en vez de frecuentar las botellas? ¿Leer su horóscopo hasta que vengan tiempos mejores? ¿Incrementar su descendencia descontroladamente? ¿O buscar otros vicios más modestos, más hogareños, lejos del riesgo, del peligro, del atentado?