Astracanada

Por Miguel DONAYRE PINEDO

Cuando escribo o leo y percibo que estoy atascado [me vuelvo torpe al escribir una gacetilla] acudo a libros, especialmente, novelas para que me saquen de ese atolladero. Pido clamorosamente oxígeno, aire nuevo. Es un arma que siempre me funciona, logra moverme, descentrarme y regreso con más bríos a mis pendientes. Por ejemplo, tras esa pausa los libros de Derecho se vuelven digeribles y digestivos, y luego de ese intermedio continuo en la brega al leer informes y libros de doctrina jurídica, un viejo abogado y litigante con resignación me indicó una vez bajo los árboles de Isla Grande que los abogados son pésimos escribiendo – latiguillos y cacofonías es uno de esos síntomas, salvo dignas excepciones, claro está. Atravesaba una situación de atasco y mi cuerpo me pedía saborear algo bueno, me levanté de la silla y me enfilé a la librería. En esta ocasión mi instinto libresco me llevó a la novela de Antonio Orejudo, “Un momento de descanso”, leí el primer párrafo y me enganchó, escondía una buena historia. Es un criterio que no me falla generalmente, aunque debo confesar que a veces yerro y elijo un tostón. Pero en esta ocasión dí en la diana. Era una novela grata, bien narrada. Me acerqué a ella por el ritmo que imponía, pulida y sin asperezas. Mostraba un gran despliegue de geografías humanas y lugares. Dos amigos descubren que el profesor y guía académico era un impostor a raíz de los incidentes en el campus universitario en la guerra civil, se reinventó su historia personal, pero el discípulo quien descubre esa verdad claudica por su salvación individual. Y quien narra la novela también traiciona a su amigo contando los hechos en la novela que leemos. A lo largo de la novela hay una palabra clave: astracanada. A través de ella se puede encontrar los dulces y las sales de esta historia bien contada. La intuición esta vez no me falló.