Arequipa fue, durante una semana, el epicentro del mundo hispano. Entre discursos solemnes, visitas ilustres y una logística impecable, la ciudad blanca recibió el X Congreso Internacional de la Lengua Española, un encuentro que prometía dejar huella cultural y proyectar su identidad más allá de sus volcanes. Sin embargo, mientras el idioma se celebraba en los auditorios del centro histórico, muchos ciudadanos observaban desde afuera, con la sensación de que aquel acontecimiento monumental había pasado por Arequipa… sin hablarle del todo a ella.
Arequipa y la antesala de un homenaje
El Congreso Internacional de la Lengua Española fue, desde su anuncio, un acontecimiento cargado de simbolismo para Arequipa. La historia detrás de su llegada a la ciudad tiene el tono melancólico de una promesa cumplida tarde. Mario Vargas Llosa había ofrecido su tierra natal para el noveno congreso, previsto inicialmente en 2023, pero la inestabilidad política del país desvió la sede hacia otra nación. Años después, el destino devolvió la oportunidad, aunque sin su presencia: el Nobel había fallecido en abril de 2025, y el evento se convirtió en un homenaje póstumo a su legado. Así, Arequipa se preparó para recibir a una comunidad internacional con la esperanza de mostrar al mundo su diversidad cultural.
Desde semanas antes, la ciudad se transformó. Se limpiaron plazas, se pintaron fachadas y los museos inauguraron exposiciones especiales. La “ciudad blanca” lucía más blanca que nunca, como si cada piedra de sillar hubiese sido pulida para la ocasión. Sin embargo, el entusiasmo inicial pronto se mezcló con una sensación de distancia. Muchos arequipeños sintieron que aquella belleza era más una vitrina para los visitantes que un gesto hacia quienes viven entre esas calles todos los días.
La confirmación de la visita del Rey de España terminó de encender la expectativa. Todo parecía alineado para una puesta en escena perfecta: seguridad reforzada, protocolos estrictos y un programa que convertía a Arequipa en el epicentro del mundo hispano. Pero la postal ordenada pronto contrastó con el cierre del centro histórico para los arequipeños de pie y las voces de una población que miraba, desde las rejas, un evento que sentía ajeno.
Los contrastes de una ciudad partida
El 14 de abril amaneció con el cierre vehicular del centro histórico. Ni autos, y luego, ni peatones podían acceder libremente, y la ciudad colapsó. Las largas filas de transporte público y particulares desesperaban a quienes solo intentaban llegar a sus trabajos o estudios. Dentro del perímetro cerrado, el ambiente era otro: calles tranquilas, cafés llenos de visitantes, cámaras, acreditaciones y discursos. Dos Arequipas convivían al mismo tiempo, separadas por vallas y uniformes.
El lema del congreso “Grandes desafíos de la lengua española: mestizaje e interculturalidad, lenguaje claro y accesible, culturas digitales e inteligencia artificial” parecía una invitación a unir mundos. Sin embargo, en la práctica, la división era evidente. Las mesas académicas estaban reservadas para los inscritos, y los ponentes extranjeros dominaban la agenda. Las universidades locales figuraban en la comisión organizadora, pero la participación real de estudiantes y docentes fue limitada. Las salas lucían semivacías, especialmente durante los primeros días, cuando las 11 mesas simultáneas apenas reunían a una decena de asistentes por espacio.
Mientras tanto, en las calles, la atención se desviaba hacia otro acontecimiento: la visita del rey coincidía con una movilización nacional en rechazo al gobierno. Arequipa, fiel a su espíritu contestatario, no se quedó al margen. Las protestas ocuparon los alrededores del centro cerrado, y la tensión entre manifestantes y policías fue el reflejo de un país que no logra separar la cultura de la coyuntura. Dentro, los aplausos; fuera, las arengas. Dos discursos simultáneos, dos lenguas distintas, coexistiendo en la misma ciudad.
“Este congreso ha acogido a un total de 270 ponentes, 500 personas inscritas como público, un centenar de autoridades e invitados especiales, más de 200 entrevistas acreditadas y una media de 62.000 impresiones en redes sociales”, señaló el secretario general Álvaro García Sanzilla durante su discurso de clausura.
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Arequipa y el espejo de sus propias limitaciones
La cifra de asistentes, las actividades y el impacto económico fueron los grandes titulares del balance final. Según García Sanzilla, más de mil visitantes generaron un beneficio directo para Arequipa, con 1.500 noches de hotel, 5.400 cubiertos en restaurantes y 600 boletos aéreos. Los números hablaban de éxito. Sin embargo, el intercambio intelectual, ese que debería ser el corazón de un evento académico, quedó en segundo plano. Las mesas redondas y debates ofrecieron reflexiones brillantes sobre la lengua española, pero pocas voces locales participaron en la conversación.
El Perú, país diverso y multicultural, tenía mucho que aportar. Las lenguas originarias, los acentos del sur, la literatura regional, todo aquello que representa nuestra identidad lingüística, apenas encontró espacio en la programación. La oportunidad de mostrar al mundo que el español en el Perú tiene matices propios se diluyó entre los formalismos diplomáticos y el peso de las instituciones internacionales. Arequipa, con su historia de rebeldía y pensamiento crítico, parecía haber sido invitada a su propia casa, pero sin acceso a todas las habitaciones.
El jueves, cuando las butacas vacías empezaban a ser incómodas, se anunció el ingreso libre a las charlas. El interés ciudadano se sumó a distintas mesas, algunas rebosantes de espectadores que parecían haber esperado su oportunidad de participar. Las protestas, las reacciones políticas y la cobertura mediática de la visita del monarca ocuparon la conversación. El congreso, a pesar de su relevancia global, se fue apagando lentamente.
“De este modo, el derecho a entender se perfila como principio básico de la vida democrática”, recordó García Sanzilla, al reflexionar sobre la claridad del lenguaje como herramienta ciudadana.
Arequipa frente al reto de aprovechar su oportunidad
En la clausura, el tono fue de satisfacción. Se habló de misión cumplida y de éxito compartido. Las cámaras captaron sonrisas, los discursos fueron breves y las cifras ocuparon los titulares. Nadie puede negar que el evento posicionó a Arequipa en el mapa cultural del mundo hispano. Pero también es cierto que dejó al descubierto una desconexión persistente entre el brillo institucional y la vida real de la ciudad. El Congreso Internacional de la Lengua Española fue una vitrina impecable, aunque por momentos, vacía.
El evento demostró que Arequipa tiene la capacidad logística y estética para acoger reuniones de talla mundial. Lo que aún falta es garantizar que esa grandeza no se quede solo en los números o en los informes finales. Los beneficios turísticos y económicos son importantes, pero el verdadero legado debería medirse en el intercambio intelectual y en la creación de espacios donde los arequipeños también sean protagonistas del diálogo cultural.
El Congreso se despidió entre aplausos y flashes. El centro histórico volvió a su ritmo habitual, el tráfico regresó y los carteles serán retirados. Quedó la sensación de que algo grande había pasado, pero no necesariamente con todos. Arequipa fue escenario, pero no siempre interlocutora.
Aun así, el evento dejó una lección: ser anfitrión no solo es abrir las puertas, sino también participar en la conversación. La ciudad blanca se mostró al mundo, pero ahora debe mirarse a sí misma y preguntarse cómo aprovechar lo aprendido. Porque más allá del brillo y los discursos y la realeza, el reto de Arequipa sigue siendo el mismo: hacer que la cultura no solo se exhiba, sino que se viva.

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