Por circunstancias del azar me reencuentro otra vez en las calles de Buenos Aires. Estuve con mis padres, los viejitos, hace más o menos dos meses, en una visita rápida que te quedas con la miel en la boca, me decía a mi mismo que debía volver y cuantos menos pensé otra vez aquí en medio de las librerías de la calle Corrientes. Esta vez tenemos más días y visitaremos algunas ciudades al interior de Argentina. Aterrizamos en medio de una fuerte tormenta en el aeropuerto Ezeiza, la lluvia para mis ancestros es una buena señal, la lluvia en la cosmogonía amazónica lo cambia todo, es lo más dialéctico de la naturaleza en la maraña. Más si se trata de una entrada a una nueva casa. En mi universo infantil los argentinos eran esos bravos jugadores de fútbol que lo daban todo en la cancha y, al mismo, tiempo tenían un mal perder, se enloquecían de rabia ante la derrota, se desconocen y pierden la cordura como el mítico Ratín que dicen que mostró sus genitales a la Reina de Inglaterra en un partido arduamente disputado. El dejo argentino ya nos acompañaba desde el aeropuerto de Barajas, es como escuchar el dejo amazónico en el aeropuerto Jorge Chávez, nos da la dimensión de un mundo diferente al anodino y gris de Lima. Más si escuchas la onomatopeya tan propia de la ciénaga. El dejo porteño lo asemejo a una persona que lo conoce todo o casi todo, las sabe las de Quico y Caco. Que son curtidos en las batallas de la existencia y la observación. En este sentido, por algo los mejores porteros/arqueros peruanos eran argentinos, los porteros por lo general, son buenos observadores – no es que barra para casa pero así es por lo general. Sin embargo, también en esa sabiduría tan cadenciosa porteña emerge el desconocimiento de lo que ocurre alrededor. Eso que pasa, y mucho, a los europeos que se miran detenidamente el ombligo. Pero amén de esas situaciones tan humanas y nuestras, disfruto mucho con el chirimiri (huarmi lluvia en quechua amazónico) que cae en las mañanas, es una llovizna fina que alienta aventurarse por sus calles y perderse en sus grandes librerías.