Muchas veces es complicado escribir para mi sin que afloren las enseñanzas familiares que me inculcaron desde que tengo uso de razón; tuve una infancia extraordinaria entre la urbanización Juan Pablo II y Mariscal Cáceres (Moronacocha), mis padres en su rol protector y formador siempre atentos a que este encaminado por el buen sendero y mis abuelitos maternos, mi papá Blas y mi mamá Angelita, siempre amándonos, corrigiéndonos con una sonrisa en el rostro diciéndome que era el tesorito de la vida, inculcándome valores con sus apuntes de vida y su amor incondicional. No lo puedo negar, mi infancia fue magnifica.
Este lunes 17 julio fue realmente triste, pues uno de los soles de mi vida se apagó, quien cuando me vio aturdido por mi ímpetu juvenil en búsqueda de trabajo, me sentó y me dijo “hijo tranquilo, ya llegará, tu sigue estudiando y superándote, pues vendrá algo mucho mejor, como se dio con tu hermano, ya que nosotros siempre pedimos a Dios por ustedes”. Fueron tan solo unas palabras que me llenaron de esperanza y alegría, pues sabía que además de mis padres, nuestro patriarca, nuestro ejemplo de rectitud estaba conmigo y me comprendía.
Mi papá Blas, Don Blas Rios Hidalgo, para mi es, fue y siempre será un ejemplo a seguir, un caballero de carácter, un luchador y guerrero de grandes batallas que muy pocos hubieran tenido la valentía de emprender y superar. Jamás olvidare todas las anécdotas de su infancia viviendo en la selva, como cuando siendo tan solo un niño casi es atacado por una boa por seguir a un majás que él quería cazar con la retrocarga de su papá, que de puro majadero él había cogido sin permiso; o su juventud haciendo panes en la panadería de su tío (todo un experto panadero). Mi viejito, muy hábil con las manualidades, hacia rosquitas, ñutos, turcas y una chicha de maíz con chancaca que en su punto calmaba cualquier paladar sediento.
Jamás podre olvidar la resondrada que nos dio a mi hermano Max y a mí, porque en un paseo familiar por las fiestas de San Juan, por creernos expertos bogadores nos hundimos en una cocha dentro de una trampa de pesca, gracias a Dios no nos pasó nada malo, pero aquel día aprendí que la juventud no lo es todo y la experiencia de vida es una gran aliada. Yo me negaba a pensar que algún día nos dejarías viejito, para mi eras un roble, pero tú fuiste un árbol de echar frutos, y diste buenos frutos papa Blas te lo aseguro.
Espero que todos los descendientes de Don Bachito seamos dignos de llevar su sangre y su apellido, pues con orgullo y con la frente en alto podemos decir que descendemos de él, un hombre recto que con puro empuje y esfuerzo salió adelante con su familia. Quizá muchos digan que tuvo errores o fallas y es imposible negarlo, pero saben, con todo el amor que nos dio a nosotros sus nietos no me interesa, solo puedo agradecerle por amarnos tanto y enseñarnos que el amor para siempre existe, agradecerle por amar a mi mamá Angelita y sobre todo por darnos la oportunidad y privilegio de ser sus nietos.
Con el dolor que hoy embarga mi corazón, te digo hasta siempre mi guerrero, te prometo que no dejare de entrenar nunca, porque si no me hare duro y pesado como siempre me decías, siempre daré todo de mi hasta el fin de mis días, en cada situación y momento como tú lo hiciste, todo un luchador incansable hasta el final, llevo tus memorias y consejos como apuntes para el resto de mi vida.