¡Más aplausos para la lluvia¡

Escribe: Percy Vílchez Vela

El navegante florentino Américo Vespucio se pasó  un buen tiempo tratando de demostrar a propios y extraños que él había sido el primero en navegar por un inmenso río que hoy se conoce como Amazonas. Nadie le hizo caso porque ese portento había sido visitado oficialmente por Vicente Yánez Pinzón. Vespucio no fue el único que se creyó con derecho adánico sobre esa arteria  fluvial. El navegante francés Jean Cousin  fue más lejos, pues pretendió haber descubierto América  4 años antes que el célebre Cristóbal Colón.  En esa probable incursión también navegó por la desembocadura del Amazonas. El otro navegante que obtuvo esa gloria fue el portugués Pedro Alvarez Cabral que para los brasileños de ayer y de hoy es el verdadero descubridor del impresionante río.  Otros navegantes trataron de estampar su nombre en la memoria de ese mar de agua barrosa y dulce.  Esa suma de viajeros buscando la exclusividad puede significar varias cosas, pero fundamentalmente revela la importancia que tuvo desde que Pedro Mártir  de Anglería  publicó el primer escrito sobre ese don del cielo.

El catedrático Jeremy Larochele ha retomado esa importancia histórica del grande río y ha perfilado un continente sostenido por el verbo escrito, por la palabra poética. El continente verde y flotando sobre el Amazonas ha perdido sus fronteras nacionales, sus hitos fronterizos, algunos  de las cuales son simples inventos para medrar, evidenciando a hombres y mujeres dedicados a producir versos. El origen más  auténtico de la poesía  selvática es algún lugar del cielo. Desde esa altura perpetua descendieron y descienden los  icaros o cantos chamánicos como legados o herencias primeras que de una u otra manera iluminan la labor de los bardos de los verdores. En esos cantos de las noches de visiones, la vertiente de defensa del medio ambiente, es torrencial y abundante.  Es, justamente, esa vertiente cultural, la del ecologismo,  que Larochele elige como centro de la actividad de los poetas de ambos sexos incluidos en el libro.  Lo cual no quiere decir para el autor que los poetas convocados solo escriban sobre eso. Sucede simplemente que el  ecologismo es lo que une a los vates del bosque fluvial.

Es la primera vez entre nosotros, los amazónicos, que alguien para hacer un acercamiento a la poesía escrita de la fronda no se pierde en categorías o esquemas ajenos,  ni simplifica su mirada apelando a otras visiones. Porque trata de definir a esa poética en relación directa  a su ser y su circunstancia. Es decir, en la presentación hace referencia al pensamiento amazónico, a los ojos distintos, a la visión particular de los moradores secularmente marginados por los centralismos históricos.  Esa manera de entender la realidad verde fue anunciada por primera vez entre nosotros, los selváticos, por el antropólogo Fernando Santos Granero cuando escribió una crónica sobre el particular en la revista Proceso. El trabajo pionero permaneció en el olvido, acaso en el desdén de la abulia,  y fue afortunadamente retomado por el autor de la presente antología para alcanzarnos su visión de esa poética integrada a su propio territorio.

En la antología propuesta por Jeremy Larochelle figuran 14 poetas como voceros del antiguo y nuevo continente verde que en estos tiempos pugna por conocerse mejor. Escriban como escriban, tengan cualquier tipo de influencia, vivan donde vivan, más tarde o más temprano esos vates regresan, sin saberlo o sabiendo,  a ese lugar del cielo donde ya está   codificada la defensa irreductible del medio ambiente. Los poetas selváticos no requieren entonces mirar hacia afuera. Les basta contemplar su propia cultura que está allí, palpitante y viva. La vertiente ecológica, que desciende como sabiduría celestial, es entonces el nexo que une y enlaza a los poetas de Perú, Brasil. Colombia, Bolivia, Venezuela. Esos poetas no necesitan copiar las letras de los icarios. Les es suficiente repetir su credo original donde late el respeto y la defensa de la naturaleza.

La antología de Jeremy Larochelle liquida con un certero y contundente golpe todo ese criticismo vacuo, fabricado sin seso ni sustancia, redactado con espíritu de notario con su debe y su haber que le  convierte en una tediosa repetición de nombres y obras, con algún juicio de valoración que no explica nada. Ese abuso, donde a veces cualquier advenedizo dice cualquier cosa, no puede ser moneda corriente en el futuro. Eso de repetir trabajos ajenos, sin agregar nada personal, producto de la investigación o de la imaginación, tiene que convertirse en un mal paso para descender finalmente hacia el olvido. Porque a partir de la edición de la antología de Larochelle los “estudiosos” o “críticos” ya no podrán repetir clasificaciones burdas, taxonomías lerdas, y tendrán que esforzarse para entender mejor la realidad selvática para descubrir otras vetas y vertientes que expliquen mejor la poética amazónica.