ÁNFORAS EN LOS BARES
En la robusta biografía de los bebedores de cualquier época y lugar, destaca con botella propia y gaznate voraz el señor Pantagruel. Es que debido a su tamaño gigantesco, a su insaciable apetito de licor, tomaba con gula hasta la del estribo. Nunca hubiera participado en una elección de la perulería, donde una casi siempre incumplida ley seca cierra bares, clausura botellas y esconde vasos y obliga a algunos a chupar en otra parte. Es posible que el macerado tufo, el expansivo turrón, del personaje de Rabelais ande suelto y coleando en los ambientes del Congreso incaico.
En los escaños de ese recinto de las leyes y otras verbenas se acaba de dar paso al brindis de los bohemios, al ‘salud por cualquier hecho’, al ‘yo te estimo’. Una iniciativa ha permitido recortar, disminuir, restar las horas de la ley seca en tiempo de las urnas. De 48 largas horas la prohibición de beber ha pasado a 24 horas antes del voto. La mitad de ese tiempo se ha ganado como una victoria de los exigentes paladares. No más tanto sufrimiento por no poder mamar antes, en el momento y después del paso por las ánforas. Estamos seguros que el gremio de bebedores no está contento con esa medida, porque ansía beber hasta en el momento de votar.
De no mediar ningún inconveniente de incómodos colectivos antialcohólicos que podrían armar un concierto callejero contra la disminución de la ley seca y no volteada, las cargantes elecciones del futuro se podrán realizar en los bares de la república. De mala o buena muerte. Los candidatos de turno podrán entonces hacer de las suyas al borde de la emisión del voto. Así podrán invitar sus heladas a los indecisos, los que todavía dudan, los que quieren votar en blanco, los que desconfían de los políticos en general y en particular.