Varias veces la noche se convertía en tinieblas mientras estábamos escondidos en algunos rincones donde –en condiciones normales- cabía sólo una persona. Pero con ingenuidad y, no lo dudo, algo de prematura mañosería, me las ingeniaba para agazaparme junto a una de las vecinitas.
Gobernaba el país el militar Juan Velasco Alvarado y seguro era Alcalde de Maynas el abogado Jorge Luis Donayre Lozano. La calle Putumayo era una de las pocas pavimentadas y los que vivíamos en algunas de sus cuadras teníamos el privilegio de convertirnos en “cuidadores de motos” que se estacionaban en la vereda de los alrededores. El coliseo cerrado “Juan Pinasco Villanueva” se llenaba con partidos de básquet y vóley y también con jornadas de catchascan. La cuadra diez, en la que pasé toda mi infancia, era privilegiada para la palomillada porque uno de los vecinos poseía lo que en ese entonces –no sé si ahora- se llamaba “quinta”.
La “quinta” tenía su encanto porque cada cierto tiempo llegaban al barrio gente nueva. Amigos de coyuntura que se iban como venían: sin hacer mucho ruido. Algunos inquilinos venían de otros barrios urbanos y, en algunos casos, llegaban desde algún pueblo ribereño. Los que teníamos casa propia teníamos el privilegio de recibirlos aún cuando ya no vivían en el barrio. Un buen día amanecimos como unas vecinitas que –entre los 8 y 15 años- alegrarían la zona. Porque, a pesar de las faldas y los colores femeninos que vestían, no tenían reparos en participar en juegos que eran para hombres. Hasta fulbito se atrevían a disputar a veces con más destreza y dureza que los varones que nos iniciábamos en el manejo de la pelota. Pero el juego que siempre regresa a mi memoria es el “ampeyescondido”. Y los que jugábamos agradecíamos a la empresa de servicio eléctrico cuando “cortaba la luz”. Varias veces la noche se convertía en tinieblas mientras estábamos escondidos en algunos rincones donde –en condiciones normales- cabía sólo una persona. Pero con ingenuidad y, no lo dudo, algo de prematura mañosería, me las ingeniaba para agazaparme junto a una de las vecinitas. Habrá sido por esos tiempos y esos apagones que probé los labios femeninos que la inercia del desarrollo humano me llevaba. Y esos juegos se convertían en la obsesión de mis amaneceres porque –junto con varios de mi edad- ni bien despertaba ya pensaba en el juego de la noche y la petición que se cortara la luz. Hoy no se juega el “ampeyescondido” pero no dudo que los niños que tienen la edad que yo tenía en esos tiempos tienen juegos parecidos para probar los labios del sexo opuesto.
Las cuidadas de motos nos agenciaban de algunas monedas para comer y tomar algo fuera decasa. No era mucho. Pero nos daba cierto status entre las muchachas, cuyas edades oscilaban entre los 8 y 15 años. Las que tenían más de 15 eran admitidas en nuestro círculo pero las veíamos como viejas.
Actualmente son pocas las actividades deportivas que llenan el coliseo. Y los cuidadores de motos han desaparecido de las veredas de esas calles. Y cuando retorno a esa cuadra diez no puedo evitar la nostalgia de esos “ampeyescondido” y esos besos prematuros que las nuevas vecinas nos regalaban con la misma intensidad con la que vivían en el barrio. Es decir, pasajeras.