Amor y Política
Moisés Panduro Coral
Siendo que cada ser humano es capaz de sentir un gran afecto por algo que le ocasiona placer y felicidad, deben existir tantas definiciones de amor como seres humanos hay en la tierra. Ese algo puede ser otra persona lo que comúnmente se conoce como amor romántico; puede ser la familia, que deriva en amor filial, maternal, paternal o familiar; puede ser la humanidad, que los especialistas dicen que se asocia con la empatía o el amor al prójimo; puede ser la naturaleza -¿de dónde si no surgen las sociedades protectoras de animales o los ambientalistas?-; puede ser Dios sintetizado en el mandamiento de “amarás a Dios sobre todas las cosas”. Hay también el amor platónico expresado en una necesidad de obtener lo ideal sin que necesariamente sea real, una forma de amar que se nutre de la ilusión y de la esperanza inagotable; que está ligado más a lo emocional que a lo físico, que no envejece, que es no negociable, que es limpio.
De acuerdo a mi apreciación, un buen político debe predicar y, sobre todo, practicar estas diferentes definiciones del amor. No se puede hacer política sin amar en el estricto y humano sentido del término. Haya de la Torre, el político peruano más renombrado del último milenio, define así su percepción de lo que es el amor. En el libro «La Revolución Imposible» de Guillermo Thorndike, éste transcribe a su estilo las impresiones de Haya de la Torre sobre lo que es el amor hacia otra persona, a partir de sus recuerdos y de su reconocimiento a Anita Billinghursth: «El APRA habría desaparecido sin la ayuda de Ana Pantoja, dijo el Viejo y guardó un rato de silencio. Una mujer inolvidable, tan valiente, tan llena de vida y de muerte, tan leal. Yo la quise mucho. Siempre. Nunca dejé de tenerla conmigo. El Viejo sonrió, como si la estuviese viendo, de retorno al fin, mientras atardecía sobre la terraza de la Villa Mercedes y el viento refrescaba el follaje de árboles más antiguos que su memoria…”
¿Por qué no te quedaste con Anita Billinghursth?, le podríamos preguntar si estuviera vivo, y tal vez nos respondería nuevamente: “Nadie pasa por la experiencia de ser un proscrito, un apátrida, un réprobo, un condenado en este mundo, y mantiene intacta su actitud frente al amor. La necesidad de amar no varía. No cambia el amor. Pero uno lo sacrifica, lo sofoca por que dejaría de ser amor si para ser satisfecho arrastrara a quien amamos a la miseria de una vida en persecución y en constante víspera de muerte. No se ama para entregar dolor y abatimiento. No era, y no es, al menos, la más alta expresión de lo que yo creo haber sido hasta ahora…». Cierto, nadie puede decir que ama si va a terminar odiando, castigando, angustiando, hiriendo.
El balance es necesario cuando se llega al final, y Haya de la Torre hace este lindo y aleccionador recuento: “Cuando se termina de vivir, uno se pregunta qué es, qué pudo ser realmente el amor. A pesar de todo lo vivido, la complejidad humana más profunda, más difícil de entender y de explicar yace en las relaciones del amor y del odio. Yo he reprimido mi posibilidad de odio, para no terminar destruyéndome. Y creo haber diseminado mi capacidad de amar, en vez de concentrarla en un objeto, en una persona, en un solo núcleo familiar. No siento, sin embargo, haber conocido intensidades de amor inferiores a las de otros o más débiles. Creo haber amado mucho, muchas veces. De jóvenes, teníamos romances. La vida nos parecía única, urgente, y el amor, en formación, ensayándose a sí mismo, era posesivo, estrictamente personal, y, al menos, en mí tiempo, casi doliente, cargado de romanticismo. Después nos cambia la vida, esos golpes de los que escribía Vallejo, y la gente se diferencia porque una parte se va llenado de humanidad y otra se endurece, se vuelve egoísta. A menudo he pensado que el egoísmo es una falta de madurez, y, como el miedo y la culpa, un intruso que estorba nuestra existencia…”
El amor, según Haya de la Torre, es una competencia de lo más supremo de cada uno. “Me digo, además que cada quien ha de tener su forma de amar. Es la más alta expresión de uno mismo, capaz de ser comunicada a personas que a su vez se expresan con idéntica intensidad. Dar y recibir. Pero lo magnífico del amor es que se preocupa por dar más de lo que recibe. Es como un torneo de lo humano, de lo mejor que tenemos”
Y nuevamente, el recuerdo de la mujer amada. “Otra vez el Viejo guardó silencio. Ana Pantoja, Ana Billinghursth. Primera visión de una adolescente que avanza con levedad por el malecón del antiguo Chorrillos. Primeras miradas que se encuentran al final de un verano, cuando el balneario empieza a quedar desierto. La voz original, la primera charla, darse a conocer uno a otro mientras van y vienen por ese mismo malecón cuando ha concluido la temporada. Era hija de don Guillermo Billinghursth, presidente derrocado por el coronel Benavides…»
Entonces, para usted ¿qué es el amor?.