La perpetua amenaza de las aves
El 2012 ya es tiempo pasado, días y noches sin regreso, ocasión para la memoria o el olvido. En nuestras vidas de paso, condenadas a padecer el transcurso del tiempo, a ser devoradas por el tránsito de las horas, se abren entonces otros 365 días. Los días del 2013. Pero arrancamos mal el año nuevo, el año esperado para nivelarnos, para hacer las cosas que nunca hicimos, para alcanzar un sueño largamente acariciado, si es que vecinos y vecinas de esta ciudad tienen que soportar el inmenso basural acumulado en tantas partes, en esquinas y calles.
Las desbordantes estampidas de las fiestas finales no todavía se apagaban cuando surgió la noticia de que en el distrito de San Juan, cerca al Terminal, había una montaña de basura que nadie osaba desaparecer. Ese monte intocado era apenas una muestra de lo que es la ciudad en estos días. Es increíble que ello ocurra en una urbe que paga los servicios de empresas pagadas que tienen la obligación de mantener limpia la ciudad. Pero la urbe, bañada por las aguas del caudaloso río Itaya, cada vez está más sucia. El maestro Manuel Gonzales Prada decía, con agudo pesimismo, que humo y nada es el soplo del ser. Peor es ese ser en estos lares bosqueriles o boscosos debido a que desde hace tiempo tiene que sobrevivir entre una geografía de basureros y basurales amontonados a cualquier hora del día y de la noche.
El año que se marchó nos dejó con una advertencia escalofriante: el regreso de los temibles, aéreos, acorazados, limpiadores, lustradores, gallinazos. Una carta casi anónima, escrita por un empresario local, dando a conocer a los unos y los otros que volvían las oscuras aves, lejos de las románticas golondrinas becquerianas, lejos de las palomas torcaces, lejos de los cóndores milenarios y hambrientos, lejos del gallito de las rocas, nos advirtió del peligro inminente. Y ese peligro en el esplendido cielo de esta ciudad nos va a acompañar estos 365 días que ya están corriendo.