ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

 

No estoy bromeando. Suene como suene: a pedantería, a presumido, a lo que sea. Pero yo toqué el camastro donde dormía –y vaya uno a saber qué cosas más hacía– don Miguel de Cervantes Saavedra, ese hombre universal que antes de los cincuenta y ocho años no estaba considerado en la literatura universal. Yo, perdonen la primera persona, perdonen, pues, toqué el pozo que hace más de 400 años servía de fuente a quien escribió El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Recorrí, y con esto termino, la casa donde vivió este grande de las letras y a quien debemos tanto los iletrados del universo. Alcalá se llama la ciudad donde todo se respira a Quijote. Donde está el museo Cervantes y donde, como jugando, uno puede encontrar a don Sancho Panza y el Quijote, sentados en una banca y, vaya atrevimiento, estar junto a ellos.

Miguel Donayre Pinedo, escritor loretano que radica en Madrid, se mueve como pez en el agua en los predios cervantinos y, junto a él, me quedo asombrado por la figura de don Quijote en la plaza de la ciudad. Una figura elevada, que brilla por su presencia. Y no porque desde 1998 fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad sino porque se ha ganado el respeto de los visitantes. Porque una ciudad que se restaura, que mantiene su pasado, que muestra lo que tiene dentro y, sobretodo, que respeta el conocimiento fomentándolo, promocionándolo, es para sacarse el sombrero.

Luego de una tapa y una caña, sigue el recorrido. Ingresamos a la Universidad de Alcalá. Se respira diferente. En una sala se aprecia la foto de todos los que lograron el Premio Cervantes, entre ellos Mario Vargas Llosa, Francisco Umbral, Álvaro Mutis, Camilo Cela, Octavio Paz, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges y sigue la lista. Algunos cuestionados y cuestionables, como todo premio. Pero el otorgamiento da categoría a quien lo recibe y a quien lo entrega.

Recorrer Alcalá es comprobar la fuerza de la literatura. Y cómo un personaje puede provocar todo un movimiento en torno suyo y cómo un escritor tiene que compartir su fama con una de sus creaciones. Alcalá recibe las divisas que dejan los turistas y, de hecho, son mayores a las que recibió por derecho de autor Miguel de Cervantes. Y, de hecho, son mayores a los que recolectaba él como cobrador de impuestos. Y, claro, de esta forma, ya muerto contribuye a dar vida económica y cultural a una ciudad donde nació. Y la ciudad, la comunidad mantiene viva la figura del escritor de habla hispana quizá más famoso y perenniza las andanzas de Sancho Panza y El Ingenioso Hidalgo. Tartamudo, reo por partida doble –una de ellas con toda su familia–, excomulgado, recaudador de impuestos, hasta soldado, Miguel de Cervantes es parte de Alcalá y con él El Quijote, personaje y autor que, disculpen la primera persona y la pedantería, yo tuve el gusto de conocer cuatrocientos cinco años después de su nacimiento, gracias, nuevamente, a Miguel Donayre Pinedo, un loretano universal que se mueve como pez en el agua en tierras ibéricas y es un todo terreno, culturalmente hablando.