ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Los manifestantes apristas que se reunieron fuera del hospital de emergencias “Casimiro Ulloa” para protestar por la persecución judicial contra Alan García Pérez y llorar por la muerte de su líder exigían que se respete la memoria de un muerto mientras gritaban que era el mejor Presidente de la República que había tenido Perú en los últimos años. Hay que respetar a los muertos, sin duda y hay que respetar también a quienes, como el caso de Alan, han decidido quitarse la vida. Si esa determinación fue un gesto de valentía o cobardía, será muy difícil saberlo sin caer en lo subjetivo. La polémica continuará por muchos años. Lo que los apristas ni nadie puede pretender es que no se analice la desaparición de García Pérez desde el punto de vista político.
Como toda persona que forja un liderazgo en torno a un partido medianamente organizado el expresidente ha tenido amigos y enemigos dentro y fuera del APRA. Su llegada a la Presidencia de la República en julio de 1985 provocó tanto entusiasmo que sus oponentes disminuyeron. Y aquel que pretendía contradecirlo era excluido del círculo palaciego. Incluso los líderes históricos como Armando Villanueva y Luis Alberto Sánchez, entre los más visibles, fueron parte de ese entusiasmo a pesar que los había excluido del círculo de toma de decisiones. Ganó con el 52% de votos, se convertiría en presidente del Perú recién cumplidos los 36 años, siendo el más joven en llegar a ese puesto, solo después de Felipe Santiago Salaverry, quien lo hizo en 1835 con 29 años. Sin embargo, mal se haría en analizar el primer gobierno de Alan García desde los líos partidarios. Mejor es hacerlo desde el punto de vista del país.
El quinquenio 1985-90 fue el más desastroso que se recuerde, por lo menos desde el regreso de la democracia con la elección por segunda vez del arquitecto Fernando Belaunde Terry. Desastroso para todas las clases y edades. Cheques billetes que reemplazaban a los billetes convencionales, colas para comprar pan popular de cinco a seis de la tarde, leche “Enci” que se vendía en el mercado negro, dólar MUC y tipos de cambio que hacían ricos a los cercanos a los dirigentes apristas, apagones permanentes y paralizaciones de los gremios porque la economía era un desastre. Todo ello en un despelote inflacionario que los ministros de Economía -Luis Alva Castro fue el que estuvo cerca de tres años, pero César Vásquez Bazán con su “inflación neta e inflación bruta” era de antología- se empeñaban en explicar y justificar. Eso con relación al sufrimiento ciudadano. Porque en materia política recuérdese la matanza de los penales y la popular frase “o se van ellos o me voy yo” al lado de los cadáveres. Alan García Pérez se empeñaba en culpar al orden mundial del desastre nacional. En medio de todo eso quería convertirse en líder de los países No Alineados cuando no sabía dirigir el destino del Perú. Su primer gobierno, años después lo admitirían los propios apristas al compararlo con el segundo período aprista, no fue beneficioso para el pueblo. Claro, era joven, carismático, demagógico y sabía leer las necesidades del pueblo para lanzar su mensaje. Después de un período de persecución cuando el Presidente Alberto Fujimori -a quien él apoyó para llegar a Palacio de Gobierno- decidió cerrar el Congreso y descabezar las instituciones. Abandonó el país con acusaciones de corrupción y asesinatos extrajudiciales del comando Aprista Rodrigo Franco. No volvería al Perú hasta el 2001, cuando la Corte Suprema de Justicia de Perú declaró prescritos sus delitos imputados al finalizar su primer mandato. Y volvió para ganar las elecciones presidenciales, por lo menos eso intentó en varias oportunidades. Fracasó en el intento frente a Alejandro Toledo y sólo pudo acceder a su segundo mandato ganando a un comandante Ollanta Humala que provocaba temor por su cercanía a los líderes izquierdistas del continente, especialmente Hugo Chávez de Venezuela. Ya instalado por segunda vez en Palacio de Gobierno siguió con su estilo voluntarista del primero y con escándalos reiterativos en temas de derechos humanos y corrupción. El Baguazo, en 2009, es un tema sangriento porque 34 indígenas y 24 policías fallecieron. El terremoto y la lenta reconstrucción del sur también destaca en la lista de escándalos. Ya fuera del gobierno se descubriría la liberación de más de mil presos por narcotráfico. En plena gestión los llamados “Petroaudios” demostrarían la red de corrupción que tenía como protagonistas a personas que trabajaban en Palacio de Gobierno junto a él. El caso Lava Jato fue cosa mayor. Si bien es cierto percude a otros presidentes, los funcionarios apristas son los que tienen la mayor de las manchas. Lo más cercano a esa podredumbre ha sido la entrega de 100 mil dólares como remuneración por una conferencia en Brasil, pero lo más cercano a él y su entorno fue la revelación de la entrega de más de cuatro millones de dólares al mismo personaje de los indultos, Luis Nava.
Los avances económicos de su segundo gobierno eran atribuidos a la mejora de los precios internacionales de los productos exportables. La economía era estable y los apristas decían que se debía a la seriedad y sobriedad del Presidente. Mientras que los opositores señalaban que era el nuevo orden mundial. Lo cierto es que Perú gozaba de una bonanza llamativa, tanto así que llegaron inversiones extranjeras, especialmente española, pero sobre todo de Brasil. Odebrecht en el rubro de la construcción. Es verdad que no se ha determinado grados de sobornos como el que sí recibió el expresidente Alejandro Toledo. Pero el tema llegó al entorno de Alan y seguramente luego de su muerte seguirá persiguiendo a los que trabajaron a su lado. Su segundo gobierno fue mejor que el primero. Sin duda. Peor que el quinquenio 85-90 nadie -ni él mismo- podía superar.
Alan García Pérez con su decisión deja la imagen de un suicidio político. Pero también la de un político suicidado. Un político que toma la determinación de matarse en circunstancias que es investigado y comunicado de una orden de detención preliminar hecha leña para que su deceso sea abordado desde lo político. Al momento de su muerte Alan García era un político suicidado porque su palabra ya no convencía como en la década del 80 y su discurso no provocaba el entusiasmo que le llevó por segunda vez a Palacio de Gobierno. Recuérdese que una forma de suicidarse políticamente fue aliarse con el PPC para terminar con menos del 6 por ciento de votos y, a pesar de ello, todavía soñaba con volver con un tercer mandato bajo la premisa que “la historia le tenía reservado un lugar”. Que descanse en paz quien, entre otras cosas, será recordado como protagonista de un suicidio político y un político suicidado