Ahumado con futuro
La pintura amazónica no comienza en el caballete o el pincel. Se inicia en los murales de antaño del bosque, en los signos de la pintura rupestre de la fronda. El arte de la escritura no fue labor de cronistas castellanos o de otra nacionalidad. Fue jornada de un cacique selvático. En el pasado, nadie se enteró que el caucho había sido transformado por los Omagua. No en forma de rodante pelota, sino como tapotarana u objeto ritual y utilitario. En el presente, en uno de los ambientes del Museo Nacional Antropológico de Madrid están primorosas tinajas shipibas como tesoros sin precio. En la ciudad de Iquitos, hoy por hoy, la brillante artesanía de ese linaje selvático gana cada día su lugar. Para muchos esos aportes parecen no existir por muy visibles que se muestren.
Es decir, andamos en la misma miopía de siempre. En la Amazonía nos negamos a ser amazónicos. Renunciamos a nuestros logros, nuestras riquezas. En nombre de los hallazgos ajenos. U otra modalidad de renuncia. En los peregrinajes de este diario, hemos encontrado, por ejemplo, algo que todavía se desconoce. Se trata de una brillante transformación de un producto local que podría convertirse en todo un acontecimiento en el mundo gastronómico. Escribimos sobre la doncella, ese zúngaro que figura poco en las ofertas comideras, que se ofrece en forma de ahumado.
En el viaje de los hambrientos navegantes al mando de Francisco de Orellana, el pescado ahumado ya existía. Era una de las modalidades de los variados preparados de esa riqueza que abundaba por entonces. De la preparación casera, desde el pequeño negocio, que primó tanto tiempo, en manos de Gonzalo Tello, el ahumado ha pasado a un estadío superior. Se modernizó, por así decir. El sabor de ese preparado no tiene que envidiar a nadie. Y, para variar, la doncella ahumada tiene cero colesterol.