ACTOR DE PASO
El actor Harrison Ford anduvo sorpresivamente por estos lares iquitenses. Nadie sabía que arribaba en su propio avión y con algunos acompañantes como con un séquito cinemero. Nadie sabe ahora cómo apareció en su agenda esa urbe tan poco apta para el turismo aventurero o discotequero o licorero, para la visita provechosa, salvo mejor parecer. Pero arribó sin decir agua va y el momento no era el adecuado. Porque arribó justo cuando se armaba el quilombo del paro convocado contra una de las leyes arrojadas por el actual gobierno. En la urbe reinaba el encono, la grita, la marcha callejera y las furias de totoyotos y sus seguidores y fue mejor para el actor darse una vuelta por el perejil. Es decir, escapar del caos disimuladamente. En los 6 días que duró su visita más paró fuera de la bella ciudad oriental.
La legendaria Iquitos, cuna y cetro de la novelería incesante y del Dios del amor, a la deficiencia generalizada, fue el lugar donde el actor dejó sus cosas y sus corotos, donde podía volver a dormir unas horas pero no fue el centro de su curiosidad ni de sus recorridos. Afortunadamente, porque entonces se hubiera encontrado de golpe con las deficiencias clamorosas de los alcantarillistas orientales, con los terribles basurales habituales que afean la urbe de marras, con el feroz ruido de toda hora y todo momento. Y entonces el bueno de Harrison Ford, salvo que tenga oídos blindados o motorizados, hubiera tenido que actuar en la vida real para no arrojar lisuras, para no armar bronca, para no pedir que le devolvieran lo que había gastado.
El célebre actor estuvo de paso por acanga. Afortunadamente. Porque si, debido a algún factor local como el agua de Sachachorro, un licor estimulante pasajepaquitense o una iquiteña de ensueño, se hubiera quedado entre nosotros, hubiera sufrido mucho. Hubiera sufrido hasta las heces o las jotas con la pobre campaña política donde la mejor propuesta es el canto humano que imita a los gallos, el último lugar en comprensión de texto, el primer lugar en embarazo adolescente, el primer lugar en accidentes de tránsito y otras verrugas de la vida social.