Cuando faltaba poco para la finalización del año 2015 las autoridades decidieron, mancomunadamente, regalar abrigos a quien quiera que fuera. La probable y posible ola de frío que, según el diagnóstico de la entidad encargada de medir las veleidades del clima tropical, iba a caer con todo su hielo en nuestra zona hizo que se consiguieran abrigos en diferentes partes para ser entregados en ruidosas y concurridas ceremonias. Pero la temida ola de frío nunca llegó. En ocasiones solo hubo algunos días sombríos y con algo de frío. Lo que sí abundaron fueron los días calurosos.
La fuerza diaria del sol hizo que las personas no pudieran usar sus abrigos. Pero esas prendas no fueron guardadas para ser usadas en la ocasión pertinente, sino que fueron vendidas ventajosamente en los puestos de ropa usada. El dinero obtenido fue invertido en comprar bebidas heladas o en la compra de agua para bañarse y para tener siempre cercano el líquido elemento. La venta de los abrigos hizo que las autoridades se sintieran incómodas con esas personas que vendían descaradamente lo que les habían regalado. Y no quisieron regalar prendas aptas para la temporada de verano. Estaban desilusionados y no querían saber nada con ellos y ellos. En esa crisis fue que aparecieron las personas ensacadas en pleno calor.
Eran las personas fieles a las autoridades que, sin importarles la calentura, lo hirviente, la sudoración, la incomodidad, usaron en todo momento y en cualquier circunstancia los abrigos que les habían regalado. Ensacados iban de un lado a otro y se jactaban de resistir la ola de calor. Ellos y ellas no se quitaban los sacos ni a la hora de dormir, pues decían que no se debería defraudar a las autoridades vendiendo esos abrigos regalados. Hoy Iquitos es una urbe que cuenta con incontables personas que andan ensacadas bajo el sol.