Abandonados por su Patria
El suboficial César Vilca era casi un niño. Su rostro y la ingenuidad de su mirada contrastaban ampliamente con la gravedad del uniforme con que había sido retratado en la foto oficial de su institución. El jovencito Vilca había decidido, como deciden a veces los jóvenes de zonas humildes de este país fracturado, servir a la Patria en las fuerzas policiales, con valor e idealismo, con pasión y amor a la tierra, sí. Pero también, como usualmente pasa en este país fracturado (vertical, discriminador, indiferente, argollero), tienes que pasar por el maltrato, la desigualdad, el abandono.
César Vilca fue enviado al VRAE a luchar por todos nosotros. Pequeño, de contextura más bien delgada, hizo de su profesión un ejercicio de coraje. Le hizo frente a los narcoterroristas, con mal rancho, chalecos antibalas inservibles, escaso apoyo logístico y operativo de los altos mandos. Con ilusión, por luchar contra los malditos, con ganas, con la idea de que contribuía con la pacificación, con el desarrollo. Con Luis Astuquillca, su compañero, fueron parte de la patrulla de la Dinoes que se internó en busca de los trabajadores secuestrados de Camisea.
César fue encontrado este miércoles, luego de 20 días de haber sido reportado desaparecido. Su cuerpo fue encontrado a 300 metros de la emboscada del helicóptero, del 12 de abril, en que murió la mayor PNP Nancy Flores, una de las múltiples acciones de guerra que tuvieron un trágico saldo. Una de aquellas en que el SO Astuquillca fue reportado como desaparecido.
César fue encontrado por su propio padre, Segundo Vilca, acompañado por dos pobladores machiguengas de la zona de Postakiato, Alto Lagunas. Sin ningún apoyo de la Policía ni las Fuerzas Armadas. Abandonado a su suerte, a pesar del hallazgo de Astuquillca, quien había sobrevivido 17 días malherido en medio de la espesa selva cusqueña, su cuerpo había sido sometido a crueles torturas por parte de los genocidas senderistas, el rostro destrozado a machetazos, el torso ensangrentado debido a múltiples machetazos. Sus verdugos le habían extraído parte de su dentadura Había sido despojado de su uniforme.
El padre tuvo que mover cielo y tierra para poder encontrar el cuerpo de su hijo, alentado y esperanzado por el feliz reencuentro con Luis. Se sumó a la milicia, acompañó a periodistas. Finalmente, el mismo día en que empezó su búsqueda por su cuenta, sin ningún tipo de apoyo castrense, encontró a César. Lo pudo reconocer por los brackets que llevaba el muchacho. En la maletera de un taxi, arropado con un manto, cargó por 10 horas con el cadáver, hasta llegar a la comisaria de Kiteni, donde lo esperaba el jefe de la Dinoes. «General, he hallado a mi hijo. ¡Está muerto! ¡Está destrozado!», fue lo primero que dijo.
Muerto, en la selva, perdido. Sin ninguna patrulla. Sin honores. Ante la indiferencia oficial. Repasado por los sicarios, en su mayoría menores de edad, que recluta forzosamente en el VRAE.
Abandonado, en suma, por ese Estado a quien defendió.
Al igual que la mayor Nancy Flores, o del técnico del Ejército Felix Tamani, o del sargento loretano Manuel Pisco Arimuya, César Vilca fue un hombre con coraje y arrojo, incomparable. Todos ellos, y algunos otros soldados, murieron en nombre de la Patria.
¿Qué les dio la Patria a cambio? La orden superior de dejar de lado la búsqueda y el rescate.
Me robo un párrafo de la gran crónica de Gustavo Gorriti, sobre el abandono de los efectivos de VRAE, para ilustrar el panorama: “No hay ejército o fuerza armada o policía o agencia de investigaciones que se respete en el mundo, que no esté dispuesto a llegar a la frontera de lo imposible por salvar a sus compañeros heridos, presos, perseguidos. Muchas veces el costo de salvar es, en apariencia, mucho mayor que el beneficio de hacerlo (…) Pero el resultado es un efecto poderoso: todo soldado, todo policía sabe que nunca será abandonado y que todos sus compañeros pondrán su propia vida en juego por salvarlo. Ese conocimiento respalda y muchas veces hace posible (…) las victorias”
Según la misma crónica de Gorriti, cuando uno de los suboficiales pidió con vehemencia al jefe de la Diroes que fueran a rescatar a sus compañeros, la respuesta de este fue alucinante: “Calla, chiquillo de mierda”. ¿Es este tipo de gente la que comanda nuestras Fuerzas Armadas? ¿Cuál puede ser la moral que pueden infundir a su tropa? ¿Son estos mismos oficiales que pelean más bien por gollerías, mayordomos, gasolina y cédula viva los que dejan de lado a sus hombres?
Lo más indignante es la actitud del gobierno, preocupado por hacer un show con los caídos. Desde las sombras de la autodenominada “Operación Libertad”, la supervivencia por propios medios de Astuquillca, la exagerada necesidad de buscar réditos, puntitos en las encuestas, como si la vida de los soldados fuera parte de un gran circo. Un comunicado del Ministerio del Interior sugiriendo que el hallazgo de Vilca fue un trabajo conjunto de fuerzas combinadas es digno de análisis del cinismo que se desata cuando alguien detenta el poder.
Y esos chicos no tienen contactos, pues. No viven en villas militares aisladas ni andan discutiendo por su sueldo. Fuimos incapaces de darles lo mínimo necesario para luchar. Fuimos incapaces de ir a buscarlos cuando estuvieron a merced del enemigo. Sacrificados por líderes ineptos, por estrategias de una nación oficial que le importa poco lo que pasa en sus provincias, carroña desde la oposición y desde cierta prensa. La triste constatación, una vez más del divorció del Perú formal y del Perú real.
“Me vencieron”, dice el papá de Vilca, con tristeza y resignación. “Diosito se lo ha llevado, seguro lo necesita”, agrega. Un nudo en la garganta, de pena y cólera, es lo que me genera verlo.
Ese Presidente de la PCM, ese Ministro del Interior, ese Ministro de Defensa, ese Director de la Policía deberían renunciar ahora mismo. Por humanidad y por decencia.
Con los miserables terroristas no se negocia. Se los combate y da penas severas. Pero también se debe cambiar el esquema como el Estado y la forma como se trabaja la integración desde adentro, desde los civiles, policías y militares. Que la muerte de Vilca y los demás oficiales, hoy más que nunca, no sea en vano