Acabó el mundial fútbol que ha sido parecido a los otros, con sus más y sus menos, salvo para los periodistas – muchos tienen memoria corta y son de vía estrecha, que vociferaban a los cuatro vientos que ha sido el mejor mundial hasta el momento y otras necias frases que entran en el vertedero de los lugares comunes de estos eventos. Amén de las alarmistas noticias de la construcción de los estadios que al final quedaron en nada, parece ser que se terminaron. Como siempre en estos acontecimientos los favoritos no fueron los ganadores como en una elección para nuevo Papa – salvo los alemanes que siempre son favoritos, pero el resto de equipos estaban en claroscuros, al menos de los partidos que pasaban por señal abierta – me niego a la privatización del espacio y espectáculo público. Pero este mundial no ha sido de las grandes estrellas, éstas se estrellaron por lesiones y los resultados como el caso de Portugal que ha sido clamoroso y el de Brasil que perdió su seña de identidad, el fútbol de fiesta de ese equipo se perdió por una estrategia más de resultados antes que de procesos y objetivos; en eso los alemanes se almorzaron a todos. Este mundial sin quererlo, y con puntos de timidez para los medios de comunicación (porque no es rentable), ha querido rendir homenaje a esas personas solitarias y que rumian todo el partido las jugadas de sus compañeros de equipo como han sido los arqueros (porteros) como los de Costa Rica, Alemania, Nigeria, Holanda, Estados Unidos entre otros. Sí, a esos seres eremitas que pueden subir a la gloria y bajar a los infiernos en cuestión de segundos. Del dulce del triunfo al amargo de una derrota que está en sus manos. De aquellos bípedos anacoretas que no pueden fallar, equivocarse. Pueden errar todos, salvo ellos o ellas. Están sometidos a presión y la saben aguantar. Ha sido este mundial un homenaje discreto y merecido a esos personajes ermitaños que atrapan, desvían balones y ahogan goles.