En la esquina de Arica con San Martín un ciudadano trata de vender de la mañana a la noche huayruros de la suerte. Pero el negocio anda tan mal que el pobre informal, que viste ropas harapientas, tiene que comer visitando los cercanos chifas. A veces nadie la da nada y duerme en la glorieta de la plaza 28 de Julio. Nadie sospecharía que detrás de esa pavorosa indigencia se esconde el hombre que en su momento fue el más millonario de la tierra. Al parecer, su vocación por destruir lo perdió. Primero, quiso destruir el libro y no pudo, luego se propuso acabar con el papel en nombre del periódico electrónico y la vio cuadras.
La manía destructora no se le acabó entonces. Encorajinado pretendió aniquilar a los partidos, movimientos y grupos políticos. Fue así como el gran Bill Gates escogió la ardiente, aguardientera y fandanguera ciudad de Iquitos, imaginando que la cosa sería más fácil. Su estrategia fue convertirse en un simple votante para conocer mejor al monstruo. Así que bebió su café mañanero que ofrecía un candidato, se zampó el sopón de moda, recibió pollos para una posible granja avícola, recogió redes y pelotas de vóley, compró varias parrilladas para apoyar a algún aspirante y tuvo que barrer las calles, como hacía un candidato.
El millonario no descansó como le pedía su cuerpo y participo en rifas populosas, jugó bingos y no ganó ni el último premio, participó en coronación de reinas y tuvo que acudir a las celebraciones y parrandas que auspiciaban los políticos. En su estrategia también figuraba actuar como un político para conocer el agujero al enemigo. Pero su fortuna personal comenzó a disminuir aceleradamente debido a que tenía que pagar a unos 100 mil o más periodistas que cobraban por elogiar su candidatura. Cuando Bill Gates pretendió suspender los contratos fue brutalmente atacado por esa prensa, acusado de violador, lavador de dinero y degenerado sexual.