En una extraña peste de vacancia propia y mutua, cayeron los regidores y consejeros que fueron elegidos el mal año del 2021. Era de verse y escribirse que los que ayer nomás  hacían todo lo imposible por meterse a las gangas de los pequeños poderes provincianos, hacían cualquier cosa para pisotear sus puestos, acabar con la tortura  de no ganar ni para le sal o las salchichas. Antes de la juramentación de los últimos cargos, el mandatario perulero, don Pablo Bengochea decretó,  además de la legalización del troncho de marimba, el servicio gratis, desinteresado, cívico del cuerpo de regidores y consejeros regionales de todo el territorio nacional. Ahí  se acabó el amor a los chicharrones.

Los referidos se loquearon. Como carecían de ingresos, de capacidad de maniobra para hacer sus sumas, entraron en una anomia depresiva y se enfrascaron en una batalla campal por vacar al otro, al compañero de partido, al miembro de la agrupación adversaria. No contentos con eso, decidieron vacarse ellos mismos, violando toda ley y principio de la legislación patria.  Fue así  que varios de ellos fueron detectados mientras violaban la luz roja o verde de los semáforos, mientras manejaban en unas reverendas bombas  donde no podían ni enderezar los timones de sus autos.  En otro comportamiento digno de varias vacancias, urdieron fiestas en sus casas contratando ruidosas orquestas.

Lo que desató la ira de la ciudadanía fue que pretendieron pasarse de garañones y se autodenominaron padrillos de espuela y tumbado. Comandados  por el arquitecto Fernando  Paima,  iban de casa en casa amenazando con acostarse con la mujer que les abría la puerta. Entonces tuvieron que aparecer las rondas de vecinos que con frecuencia les agarraban en pleno agresión, les peluqueaban a  coco, les hacían pasar carrera de baquetas y callejón oscuro y les advertían que no volvieran con sus propuestas indecentes. Pero ellos volvían sin importarles las palizas y todo lo demás.