La gestión cultural resulta básicamente con la posibilidad de producir y llevar a buen puerto una serie de proyectos artísticos, de contenidos vinculados con contenidos culturales o creativos. Es también, de alguna manera, ser el motor que pueda hacer posible aquellas motivaciones, propias o no.
En el Perú, todo gestor cultural va a lidiar con un espacio en el cual la cultura siempre es prescindible, siempre está manejándose, erróneamente por cierto, como un producto de segundo nivel. La ausencia de políticas culturales, la renuencia de las empresas privadas a invertir, el déficit de compensaciones y beneficios, forman particularmente el principal obstáculo y, a la vez, el principal reto: cómo lograr fondos (dinero o logística) para hacer posible la resolución de las actividades culturales que gestas.
Iquitos es un espacio dinámico de producción cultural. Existe definitivamente una movida muy fuerte y sólida, que se mueve en el arte urbano, el cine, la música, la literatura o demás. Además, y creo que esta es una característica particular, es que en Iquitos hay una suerte de magma creativo que es muy inspirador. Tantos referentes y tantas ideas a veces a pocas cuadras a la redonda motivan mucho.
La gestión cultural pública es una experiencia muy valiosa, positiva y frustrante a la vez. Yo venía de trabajar por diez años en la gestión cultural y fui nominado a la dirección de cultura de Loreto a una edad relativamente joven. En ese momento, manejé una región con mucho movimiento cultural, la más extensa del país, que tenía como presupuesto para toda actividad de cuatro mil soles mensuales, que llegaba tarde, mal o nunca (o a veces incompleto). Además, la proliferación de una burocracia muy estática o anquilosada, que desee Lima piensa que puede manejar, superficialmente, las necesidades culturales de las regiones.
Actualmente existen las mismas proyecciones y planes que se están generando en diversas zonas del país, con sus particularidades propias. Por ejemplo, hay un gran interés por reivindicar la identidad indígena o por las preocupaciones por el tema de la conservación y la defensa de la biodiversidad, además de la búsqueda de un equilibrio entre lo tradicional y lo posmoderno.
Las carencias básicamente tienen que ver con la ausencia de apoyos, a veces de infraestructura, pero que evidentemente no limitan el entusiasmo y la fuerza con que se dinamizan las actividades culturales. Esto se sigue manteniendo, lamentablemente.
Hay harto por manejarse. Pero el balance sigue siendo promisorio. Esperemos que el 2014 sea mucho mejor.