En un determinado lugar de la floresta del Perú, hacia 1734, el misionero Pablo Maroni descubrió un esférico de singular rebote que era utilizado para jugar entre los omagua. Su comentario sobre el particular fue escueto, impersonal. Así también se portó el almirante Cristóbal Colón cuando vio las primeras pelotas hacía de un siglo en Haití. No se preguntó cómo fue que los antiguos habían hechos esos redondos versátiles, ni de donde sacaban la materia prima. Otros forasteros pasaron de largo sobre la pelota oriunda. Don Hernán Cortez fue recibido por un juego colectivo donde no se ponían las manos y solo se utilizaban los cuerpos, Pero tampoco se le ocurrió preguntarse por la tecnología que esos seres ancestrales utilizaban para fabricar un incentivo de lo lúdico. Para que exista esa pelota tuvo que pasar mucho tiempo. No apareció de la noche a la mañana.
Para comprender mejor el asunto citaremos el caso del neumático hecho a base de caucho sintético. Los alemanes demoraron algo así como 25 años para perfeccionar ese invento, pese al dinero del financiamiento, la ayuda de los hallazgos de la ciencia y las excelentes condiciones para la investigación. Todo invento, aun el más simple, tiene un proceso arduo, un proceso poblado de inconvenientes. La pelota oriunda, cuyo uso estaba extendido en varios lugares del continente, revela que ese frondoso árbol había sido domesticado hacía mucho tiempo. Domesticado y dominado como productor de una savia que bajo ciertas condiciones adoptaba cualquier forma. El prestigio del caucho comenzó allí, entre las gentes oriundas debido a muchos factores que con el tiempo serian conocidas por toda la humanidad.
Los autores modernos sobre el caucho, como los primeros forasteros, pasan de largo sobre esa pelota del pasado. Lo mencionan simplemente como una cosa curiosa, un asunto trivial. Pero es necesario detenerse allí. Para hacerse tantas preguntas sobre nuestro pasado, para apreciar la creatividad de los antepasados, para salir de torpes estereotipos e imágenes congeladas sobre los oriundos que todavía persisten. Olvidarse de lo que realmente significa esa pelota ha sido más grave de lo que parece. Pues ha retrasado la conciencia viva y vigilante ante el despojo de recursos, vetas y vidas.
La muestra de imágenes antiguas y modernas, antes que todo, quiere ser un homenaje a los primeros transformadores y consumidores de caucho. A los que en el silencio o el ruido del bosque comenzaron con las incisiones, recogieron esa savia en recipientes, buscaron el apoyo del sol para que perdiera agua sin disminuir sus propiedades, usaron el fuego para hacerle resistente o para darle una mayor maleabilidad y le pusieran en moldes para concederle la forma del utensilio requerido. El saqueo del caucho no solo fue de la savia, sino también de la primera tecnología. ¿Qué otro árbol del presente podría correr la misma suerte del caucho?