EL PAÍS DE LA PATADA

En millones de años venideros, en toda la posible eternidad del Señor,  los desnutridos y vedetistas peloteros peruanos,  así  como van las cosas, con el perverso gusto por las eliminaciones sucesivas  y con el increíble Manuel Burga a la cabeza de la banda o la cola de ratón,  no irían ni a un mundial de fútbol playa ni a un campeonato relámpago en la chacra. Con toda seguridad, con absoluta certeza, perderían y echarían la culpa al árbitro, al clima tórrido o helado,  al estado de la cancha, y se irían a chupar de hamaca. Pero el pelotismo no es el último mango de la vida social de una nación. Es apenas un deporte donde se gana bien,  pero dura tan poco. Como la dicha.  De manera que perder siempre en las lides futboleras no es para caer en lamentos, andarse en lloriqueos o suscribir el suicidio.

El Perú de metales y tristezas ocupa buenos lugares en otras materias, en otros rubros.  Porque los peruanos no solo sirven para comer o inventar platos para superar la pobreza ambiente,  sino para inventar salidas ingeniosas. El último de los aciertos es el primer lugar, a nivel mundial, en la exportación de oro ilegal. El billete que entra por ese rubro áureo es impresionante. De acuerdo a fuentes confiables, supera a la industria de dinero falso y a la aguerrida empresa del narcotráfico. Dan ganas de dedicarse a ese menester y dejar de ser hincha de algún equipo perdedor.

Lo malo de ese lugar de importancia en el mundo de las finanzas tuertas,  es la devastación del medio ambiente, de una parte de la Amazonía,  perteneciente a la región de Madre de Dios. Es decir, como en los viejos tiempos, como en los tiempos de las caucherías  homicidas, los que pierden soga y cabra somos siempre los canes y mastines del hortelano,  los miembros de la cuarta o quinta categoría, los selváticos. ¿No es el Perú una nación de la patada?